Frances Ha parece una película diseñada para destilar frescura y alegría. Huye de cualquier solemnidad y, desde luego, de cualquier aspiración perfeccionista. No es, ni mucho menos, una bailarina perfecta, ni apenas vemos derroches de su protagonista en ese sentido. Lo que sí vemos es una sonrisa vital de Greta Gerwig que ilumina el plano, con una actitud ingenua, inmadura, llena de energía. El blanco y negro está muy alejado del estilo cool de Oh boy -y mucho más lejos de la perfección de Ida. Aquí incluso está tratado para deteriorarlo, y parecer un digital de menor calidad. Ya lo dice la protagonista: "Me gustan las cosas que parecen errores".
La película tiene un ritmo imparable. En la introducción tenemos una secuencia con varias escenas fugaces, que se interrumpen de golpe, pero en las que intuimos el concepto; formando así un conjunto con un único sentido, capaz de transmitir el tono exacto de lo que vamos a ver. Elipsis implacables, pero entendibles; banda sonora terminada a machete, o atenuando, al estilo de Woody Allen. Una banda sonora, por cierto, que nos lleva a momentos excepcionales, como el de Frances corriendo por las calles de Nueva York al ritmo de Modern Love de Bowie -una especie de cara alegre del atormentado recorrido de Shame. El ritmo de la estructura general también viene acelerado por unos rótulos que dan paso sin transición alguna al siguiente capítulo.
Alegre, fresca, imperfecta. Así es como está planteada la película, y así es la vida que cuenta. Una historia más de veinteañeros perdidos -en la línea de la citada Oh boy. Perdidos, pero modernos y en un entorno marcadamente intelectual, no olvidemos que es Noah Baumbach el director (Una historia de Brooklyn, Margot y la boda). Y claro, también hay una presencia clara de la nouvelle vague. En el blanco y negro, en el clásico triángulo amistoso de dos chicos y una chica y de forma más explícita, en la utilización de algunas piezas de George Deleure (incluyendo Camille de El desprecio, de Godard). Y por supuesto, ese gusto por la redefinición y sofisticación de las relaciones, que también pasa por ser un Allen moderno.
Frances Ha deja un regusto ambiguo, de una historia trista pero vitalista, de fracasos con sonrisa. Una perdedora que no se viene abajo. Una dulce imperfección.