Esta nueva película de Woody Allen nos la están machacando allá por donde va. Especialmente a su paso por los distintos festivales. Lo que a estas alturas parece claro es que, más allá de su acierto (o no), Allen ha intentado aquí ponerse serio, dejar a un lado la ligereza e incluso desidia de Scoopo, seguramente, de su proyecto español con Bardem y Penélope Cruz: Vicky Cristina Barcelona. Volver a la trascendencia y profundidad de su último gran trabajo: Match point.
Intuyo que será difícil que siquiera se acerque a la calidad de aquel drama protagonizado por Jonathan Rhys Meyers. Pero tampoco creo que estemos ante el descalabro que anuncian los más agoreros. Que te salga un análisis tan brillante y certero como el que Allen consiguió en Match point es algo excepcional; ni los más grandes pueden firmar obras del máximo nivel cada dos días. No se lo pidamos tampoco a Allen. Pero sí le podemos pedir una buena película. Lo que ocurre es que, hasta que la vea, yo no desconfío: creo en las posibilidades del viejo maestro. Dudo muchísimo que El sueño de Casandra no sea una buena película.
De acuerdo, el drama no es el género natural de Allen. Y quizá una comedia torpe de Allen quede resultona, pero un drama torpe pueda quedarle peor. Al menos, con los errores más a la vista, mal disimulados, con la torpeza propia de quien camina en superficie que no conoce. Sigo, lo sé, esgrimiendo argumentos que justificarían un posible fracaso... para, al momento, repetirme: no pasa nada, me fío, me fío, me fío.
En definitiva, es un Allen más, fiel a su cita, rodeado de buenos actores (el fantástico Tom Wilkinson, el correcto Ewan McGregor, el irregular Colin Farrell) y de sus habituales espectadores: Todos nosotros, esa gran minoría.