El cine animado de Bill Plympton ha seguido un proceso evolutivo bastante claro. Si Me casé con un extraño! no era sino un modo de enlazar de manera más o menos coherente una serie de pequeños cortos, en Mutant Aliens nos encontrábamos a un Plympton empeñado en contar una historia, algo que en Hair High se le iba un poco de las manos. Por eso no es de sorprender que en esta nueva película el americano haya decidido abandonar casi por completo su humor surrealista y desenfadado para contarnos un cuento de tintes metafóricos sobre el peso de las buenas acciones y la maldad en el ser humano. En efecto, aunque el suyo siempre haya sido un cine de autor, este nuevo Plympton es más poético que nunca.
El anónimo protagonista del film es un sujeto gris que vive una vida no menos gris en una ciudad de cajas de cartón propia del Momo de Michael Ende. Como si de un exponente de lo peor de la raza humana se tratara, este desagradable antihéroe ocupa sus días en una rutinaria repetición de viajes de su casa al bar y del bar a su casa, dejando patente su mezquindad siempre que puede. Pero un insólito apéndice aparece de la noche a la mañana en el cuerpo de nuestro hombre, un par de alas blancas que pasan a ser objeto de deseo de otros personajes pero que también acaban afectando a su oscuro corazón.
El director opta por volver a los personajes mudos de sus mejores cortos. No le hacen falta diálogos para contar una historia a través del dibujo, es decir, el objetivo del cine de animación por antonomasia. No obstante, esta característica juega en contra de la película si se tiene en cuenta que la duración del metraje es un tanto excesiva. A Idiots and Angels le sobra media hora larga, exactamente igual que les ocurre a todas sus predecesoras. Sigue dando la impresión de que el animador no sepa medir el tiempo más allá del cuarto de hora. Evidentemente, a todos los que no comulguen con su cine esta propuesta más seria les puede resultar un verdadero peñazo.
Los largometrajes animados de Bill Plympton siempre han dejado entrever a un hombre apasionado por la música. La ecléctica selección de Idiots and Angels no tiene nada que envidiar a las de sus anteriores trabajos. Lo mismo se atreve con Tom Waits que con una pieza de opera. Las canciones contribuyen a crear estampas líricas sorprendentes en la filmografía del animador. Especialmente hermosa es la escena de la caída del gorrión del nido o la imagen de la lágrima que hace florecer una rosa en el corazón del cadáver enterrado, que parece sacada de un film de Tim Burton. De hecho, toda la película es inusitadamente oscura. En consecuencia, los momentos cómicos son contados, al igual que ocurre con las transformaciones de la materia tan características del director.
La técnica animada del dibujante y sus colaboradores sigue siendo puramente artesanal, espectacular no por su grafismo o su prodigio digital, sino por el inconmensurable trabajo que constituye animar un largometraje con un equipo tan reducido y a mano. Pura tradición animada que a fecha de hoy solo sobrevive en contadas producciones, dada la inmensa dedicación que requiere. Es un trabajo de chinos.
En resumidas cuentas, Idiots and Angels nos descubre a un autor mucho más interesado en la poesía animada que en el cartoon de marca Acme. Su película nos viene a demostrar que Bill Plympton es un artista versátil cuyo trabajo va mucho más allá de los monigotes de humor, algo que los seguidores del animador ya teníamos presente desde hace años con cortos como La excitante vida de un árbol. Los que vieran en su cine una mera gamberrada se sentirán decepcionados con este nuevo viraje. Pero si Plympton se merece esas cuatro estrellas más que nadie es por representar a una industria animada independiente y adulta que no teme mirar a la cara a los grandes estudios. Y esta vez no es para escupirles.