Claro que luego vino Braveheart, película que levanta entusiasmos y que a mi no me levanta ni el dedo meñique. Lástima, Gibson empezó tan bien... y de repente firmaba una segunda película estúpida, cargada de tópicos y con un final vergonzoso y sonrojante, al más puro estilo made in Studio. ¿Que las batallas estaban muy bien? Pues sí, mire usted, pero también las patadas de Van Damme están muy bien coreografiadas...
Y claro, el Gibson actor y el Gibson persona han acabado por contagiar el alma del Gibson director, y todo ha culminado en megalomanía sin currículum -lo digo porque otros lo tienen, lo cual les da cierto derecho a ese carácter megalómano, léase Coppola.
Gibson se marca la chulería de rodar en latín y en arameo pero con acentos yankees. Y sobre todo, no nos cuenta nada. NADA. Lástima, con lo bien que empezó Gibson...
No nos cuenta nada porque se limita a poner a Cristo en el escenario para luego detenerlo, encerrarlo, golpearlo a fustigazos, latigazos, patadas, mostrárselo a la turba enfervorizada, mandarlo en via crucis al Gólgota, crucificarlo y dejarlo morir, tan lentamente. Gibson disfruta mostrándonos una película compuesta únicamente por una salvaje tortura donde el torturado acaba con toda su piel convertida en un amasijo de carne lacerada y ensangrentada. Adereza esta sangría con unos cuatnos flashbacks escanciados por encima, a fin de recordar este o aquel pasaje evangélico... pero si ustedes sustituyen los personajes por otros actuales, manteniendo la misma violencia y gravedad, tranquilamente estaríamos hablando de un título PROHIBIDO, censuado, clasificado X e incluso definido como gore por muchos.
Señor Gibson, ya sabíamos que un tal Cristo murió en la cruz y que las pasó canutas. Podría usted habernos ahorrado el rato de verle sangrar, gritar, morir, durante dos horas y pico.