Lo hemos visto hace nada con el revuelo
que ha montado el anuncio de Clint Eastwood en el descanso de la
Super Bowl: está claro que los estadounidenses entienden el deporte
como una metáfora de la vida, tan aferrados como están al afán de
superación y la estrategia del éxito. Tan dados a competir más que
vivir. Es natural pensar, por tanto, que esta no es una película
sobre béisbol, igual que Invictus no trataba de rugby o La
leyenda de Bagger Vance no trata sobre golf.
Son metáforas de la vida y, en este
caso, a cuento de una historia real, audaz, inteligente, arriesgada,
que implica tanto a la probabilidad y estadística; como a grandes dosis de autoestima
y fe. Dos buenos guionistas para desarrollarla: Aaron Sorkin (el mismo que nos demostraba que La red social no tiene por
qué hablar de cerebritos de la informática) y Steven Zaillian,
de filmografía más irregular, cuyo mayor valor podría ser La
lista de Shindler. Dirige Bennett Miller, en el que es su
segundo trabajo de ficción después de la interesante (y
elegantemente dirigida) Capote.
La academia encantada: guionistas de su
gusto, un director eficaz y un tema que les gusta tanto como es el
deporte con mensaje. Perfecto, 6 nominaciones al Oscar. Entre ellas,
una para Brad Pitt como protagonista que tanto va el cántaro a la
fuente (esta es la tercera vez)... aunque probablemente esta vez
tampoco será. El director repite con Philip Seymour Hoffman,
lo que siempre será un valor positivo para la película. También
participan Robin Wright y (esta mención va para uno de nuestros
lectores habituales) Jonah Hill.
En Europa no la viviremos igual, pero
el ritmo, la solidez y el interés están asegurados en esta película
que tendrá buen hacer proveniente de varios puntos.