Crítica de la película Synecdoche, New York por Hypnos

Charlie Kauffman comete el error que se suele predicar de los neófitos: querer contarlo todo en su primera película. Claro que a estas alturas nadie puede decir que Kauffman sea, precisamente, un neófito, pero lo que es innegable es la megalomanía, el descontrol, la genialidad y lo insoportable de éste, su primer trabajo, titulado Synechdoche New York.

Kauffman se puede considerar el reinventor del concepto de metacine, del que tantas y tantas veces hemos hablado en esta página. Ejemplos palpables de ello son El ladrón de orquídeas y Olvídate de mí. Sin embargo, lo que en aquellas películas son ejercicios bien medidos y perfectamente engrasados, en Synechdoche deviene un auténtico brain-storming. Spike Jonze iba a haber rodado esta película, pero se cayó del proyecto, y es que esta película sólo podía rodarla de esta manera el propio Kauffman.

Cuenta con un Phillip Seymour Hoffman imperial para sus intereses, con un personaje al que odias desde el minuto 1, en una primera media hora de la película que casa muy difícilmente con el resto del film. La idea que late es buena, el juego de realidad y ficción y realidad y ficción, el clásico ejemplo de espejo contra espejo o de una cámara de vídeo que enfoca a la televisión. El problema está en que no termina de estar bien explotada, salvo en el final, precioso, con Hoffman poniéndose el audífono, plegada ya su voluntad, y escuchando de fondo los disparos y saliendo a su Nueva York sinecdoqueada en llamas y desolada.

Uno se pierde entre tanto elemento críptico, como la casa en llamas, la relación de su diferente manera de percibir el tiempo. Quizá sea el más lúcido retrato de la angustia del creador y de la insoportable levadad del ser, pero en el camino, el propio film se vuelve insoportable.

Esta película está más cercana al estilo oscuro, críptico y apocalíptico de David Lynch, que a la maquinaria suiza con a la que nos tenía acostumbrados Kauffman.