Desesperante la pérdida de talento, en una película muy menor que Columbia decide presupuestar sin miedo, por parte de un Michel Gondry al que conocemos de cosas mucho mejores e incluso buenas como Olvídate de mí, La ciencia del sueño o Rebobine por favor.
La versión del justiciero conocido por los Estados Unidos alrededor de los años 30 por la radio y más tarde en forma de popular serie de televisión, salta a las pantallas sin siquiera ser una buena película de acción, tratando de parecer una divertida película de nueva generación pero sin lo de nueva. Malos actores y malas elecciones de exageración con algún actor de renombre que enriquece la apetencia de ver el film, Cameron Díaz, Christoph Waltz y Tom Wilkinson.
Producto de consumo preferentemente de su nacionalidad, que hará poca gracia a los amantes del cine de acción y demasiado poca al público general que pide algo más que un James Bond de dibujos con efectos especiales y mucho genial elemento tecnológico.