La carretera tiene
muchos aspectos positivos. Destaca especialmente por su capacidad de generar
una angustia constante. Se siente una desesperanza y un horror que justifican
sobradamente los suicidios y la locura. Una agonía que golpea las entrañas, que
no da tregua al espectador. Secuencias como la de la casa con despensa humana
son descorazonadoras y estremecedoras. Puro género de terror. Aunque lo más
presente en la película, por encima de la ciencia ficción, la acción o el
terror, es el puro drama.
La historia está contada en clave de tragedia. Todo se
asienta sobre el drama de dos personajes. Aquí llega el primer problema, la
credibilidad y substancia de estos personajes.
Se quiere buscar una reflexión sobre la condición humana y para ello se
caricaturiza el personaje del hijo como una bondad llevada al absurdo. Para un
chaval que vive unas circunstancias tan extremas se requiere un poco más de
picaresca y menos remilgos. Su conciencia extrema y su exagerada inocencia pronto resultan
cargantes y falsas. Un padre sobreprotector, héroe entregado, que dice estar
preparando a su hijo para la vida sin él, mientras lo trata como a un colegial
ñoño de un barrio acomodado. En definitiva, dos personajes que responden
únicamente a una intención ajena al argumento, más centrada en un mensaje.
Rematamos lo increíble con ese final ridículo con la familia Trapp, perrito incluido.
Por otro lado, esta
entrega absoluta al drama y la reflexión sobre el bien y el mal, deja de lado
completamente cualquier motor de la historia. Inicialmente el objetivo es el
sur y el mar, aunque resulta una meta algo difusa. Cuando finalmente alcanzan
su objetivo poco más queda por hacer, aunque la película continúa. La torpeza de planificación de los personajes es también exagerada. No hace falta que sean unos supervivientes natos, pero ¿ni siquiera ha sido capaz el protagonista de conseguir otra pistola o más balas? Otras muchas preguntas como esta, que asaltan la mente del espectador, enturbian la credibilidad del guión.
Excelentes interpretaciones y mejores caracterizaciones, con
un Viggo Mortensen y un Robert Duvall impactantes. La
interpretación de Michael K. Williams (el ladrón de la playa) es impecable. La ambientación es inmejorable, con esa
ceniza blanca impregnándolo todo, evitando los excesos digitales y sugiriendo
más que mostrando los horrores del apocalipsis. La fotografía trabajada de Aguirresarobe cumple y resulta clave,
aunque quizá le falte cierta conciencia de conjunto y muchas veces resulte
demasiado forzada.
Una película que desde el punto de vista técnico y estético
muy bien ejecutada, de forma inteligente, con unas premisas argumentales originales
y atrevidas, pero que en su desarrollo de guión resbala demasiado.