Si el lector no conoce al director y guionista de esta película, el tunecino Nacer Khemir, no se le puede culpar. En el espacio de 20 años ha estrenado tres películas. Eso sí, con cada una de ellas va consiguiendo algún premio que otro en ciertos festivales. No en los principales, claro está, quizá el más importante sea Locarno, donde consiguió el premio especial del jurado por Le collier perdu de la colombe allá por el 91. En esta ocasión también ha ganado algún premio en festivales bastante más desconocidos. Por cierto que la película es del 2005, pero no nos debe extrañar que haya tardado tanto.
En fin, no vale la pena entrar más en el tema, la cuestión está clara, tenemos la típica película árabe de presunta belleza y derroche de espiritualidad que se mueve por festivales medios.
Quizá lo más característico que pueda tener esta en concreto, es el número de países que intervienen en su coproducción. Túnez, Iran, Hungría, Suiza, Francia, Alemania y Reino Unido. No debería faltarle presupuesto, desde luego. También me da la sensación de que tal número de países sólo responde a la necesidad de conseguir dinero a partir de aportaciones no demasiado generosas. Estos países europeos buscan un poco de misticismo que seguramente terminará de rentabilizarse en pases televisivos que busquen evocar el mundo de las mil y una noches para el ama de casa aburrida.
El interés que puede tener el espectador es conocer un poco sobre los derviches, sobre su filosofía, ver una película con turbantes y dunas, conseguir reflexionar sobre las cuestiones del alma, y demás tonterías. A mí me interesaría si todo ello estuviera avalado por una elegante fotografía y una interesante atmósfera mística, pero no creo que esto, a pesar de lo que se nos quiera vender, se haya conseguido.
Desde luego, es una oferta diferente en la cartelera, y eso ya es algo. La respeto como sana colaboración a la variedad de la oferta. Un proyecto curioso, aunque no demasiado bueno. Como mucho interesante.