La palabra que más veces me viene a la mente al ver Furious 7 es “desproporción”. Una desproporción es el brazo de Dwayne Johnson (The Rock, para entendernos) y su surrealista capacidad de reventar una escayola. Desproporción la de un salto en paracaídas con el coche puesto. Desproporción es reventar media ciudad como si fuera una película de Godzilla. Pero sobre todo, lo disparatado de su guión, eso es una verdadera desproporción.
Hace ya varias entregas que la saga se ha convertido en una película de superagentes intencionales con acción espectacular. Hablo de ello en mi repaso a las seis primeras Fast & Furious. Así que no debe sorprendernos las misiones secretas en Azerbaiyán, propias de James Bond; o la escena imposible de acción en las torres Etihad en Abu Dabi, que parece más adecuada para Ethan Hunt que para Toretto. Desde la quinta entrega, queda poco de la esencia original de la saga, aunque en cierto modo, aquí se recupera, aunque de una manera algo... desproporcionada.
Parece que se hubiera tomado un guión de corte callejero y se hubiera inflado (de óxido nitroso) a nivel planetario. La sinopsis podría explicarse así: el personaje de Jason Statham, criminal peligroso, quiere vengarse de Toretto y su banda porque han enviado al hospital -y a la cárcel- a su hermano. Un juego de caza continuo con varios enfrentamientos, algunos de ellos vehículo contra vehículo, para terminar con una pelea callejera, llave inglesa en mano. Podría ser el argumento de alguna de las primeras películas, y además, enarbola los valores de la familia, muy en la línea de los códigos callejeros que muestra la saga. Después, este guión se infla hasta que estalla en un espectáculo de drones, explosiones, servicios secretos, multimillonarios y exotismo. Lo curioso, es que deriva en todo eso sin perder esa idea callejera, queriendo jugar en las dos ligas al mismo tiempo, en un equilibrio imposible. Así tenemos a Vin Diesel anunciando la inminente pelea callejera, mientras Dwayne Johnson se pelea con drones y helicópteros haciendo uso de artillería pesada. Una locura. Un disparate. Una desproporción.
Esta situación desproporcionada funciona porque la película se toma a sí misma muy poco en serio. Uno de los personajes explica que el equipo está formado por clichés de manual (el gracioso, el técnico, el alfa...). Cada situación disparatada se resuelve con dos líneas de guión: “¿Por qué guarda un coche en el ático? / Es multimillonario, puede hacer lo que quiera”. Las sentencias de Toretto son delirantes en algunos casos. Desde la primera escena, vemos que nos enfrentamos a una montaña rusa sin complejos: el personaje de Statham explica sus motivaciones en el minuto uno; en el minuto dos, vemos que es el villano imposible (desproporcionadamente imposible) y carismático que queremos ver. Poco después, ya tenemos la tradicional secuencia de tías buenas y cochazos, firma de la saga, también desproporcionada. Empieza a lo grande y no tiene intención de dejar de pisar el acelerador.
Furuious 7 es circo y adrenalina constante. Apenas hay tiempo para desarrollar nada de los personajes, más que cuatro trazos gruesos. Hace tiempo que conocemos a los personajes y no daban para más que para la primera película, que para mí sigue siendo la mejor. Lo que queda ya es solo pirotecnia. Eso sí, pirotecnia desproporcionada. Y aquí entra en juego James Wan. Aporta a las escenas de acción una energía implacable. Siempre me ha gustado la firmeza y el pulso con las que Wan mueve la cámara -casi constantemente- con una suavidad alejada de las cámaras en mano tan habituales hoy en dia. Wan es un clásico, que hace uso de los recursos más académicos, pero consigue un dinamismo moderno que no tiene nada que envidiar a los directores más flexibles. Este movimiento tan armónico, y a la vez, tan contundente, se adapta a la perfección a las escenas de carretera. Ya lo habíamos visto un poco en Sentencia de muerte, seguramente su precedente más cercano a esta película. Sus juegos combinados de travelings y zooms consiguen un efecto muy poderoso. No falla tampoco a la hora de representar el mundo hortera del motor callejero. Sin duda, un salto cualitativo para la saga, en cuanto a dirección, al menos. Su capacidad para ofrecer constantemente juegos visuales, sin miedo a la saturación, es otro de los signos de desproporción de esta entrega.
Y por último, Paul Walker. Como sabéis, el actor murió antes de terminar la película. Sinceramente, no me han molestado apenas los trucos digitales para incluirle en algunas escenas (sus dos hermanos participaron como dobles y se usó procesado digital). Como la mayoría de sus escenas son de acción pura, apenas importa. El final, claramente redefinido, es uno de los mejores homenajes posibles. Imágenes de su participación en la saga -que prácticamente es su carrera- y un juego de espejos entre la despedida del personaje y del propio actor, que transcienden la ficción. Esto es posible en parte a que la película, como decía antes, es muy consciente de su condición de espectáculo, y sabe hablar de sí misma sin importancia. Como en la saga de Los Mercenarios, aquí importan más las estrellas que los personajes. En cualquier caso, un final muy emotivo.