Frank Oz, el hombre que fuera la voz de Yoda en la trilogía de Star Wars y uno de los máximos colaboradores del fallecido Jim Henson, es también autor de diversas comedias como la celebrada In & Out. Como director, Oz no ha conseguido labrarse demasiada fama. Lo cierto es que muchas de sus películas han pasado sin pena ni gloria por nuestras pantallas y su nombre queda más bien como un recuerdo anecdótico en las conversaciones de los aficionados a la obra de George Lucas. Pero lo cierto es que el bueno de Frank no ha dicho todavía su última palabra. En efecto, con Un funeral de muerte se alza con la que, ya podemos decir, es una de las mejores comedias de la temporada.
El inicio de la proyección lleva a engaño. Los maravillosos títulos de apertura del film evocan decididamente a ciertas producciones de los años ochenta. En principio, la película responde a una comedia inteligente, un claro exponente del llamado humor inglés. Al funeral del patriarca de una familia un tanto especial, empiezan a llegar los diferentes personajes protagonistas, a cada cual más excéntrico. Están todos: el hipocondríaco, el tímido, los hermanos enfrentados por el éxito y el inevitable drogadicto. Asistimos pues a las presentaciones de cada uno de ellos, recurriendo a tópicos ya vistos pero que dibujan una sonrisa en la cara del espectador. Pero la gran sorpresa del film es que, al poco de empezar, ese humor refinado ceda para dar lugar a otro terriblemente más gamberro y también más divertido. En efecto, aunque algunos de los trucos a los que recurre la película de Frank Oz rocen en ocasiones lo soez, eso no quita para que arranquen carcajadas al respetable. Finalmente, todo acabará por convertirse en un delicioso caos donde no faltarán elementos tan demenciales como desnudeces varias, oscuros secretos sexuales y hasta un enano drogado metido en el ataúd del difunto.
En una comedia coral de este tipo, los actores deben hacer algo más que dar la talla. Sobre sus papeles se construye la práctica totalidad de la película y los responsables lo han tenido muy en cuenta a la hora de contratar a una serie de intérpretes tan solventes como efectistas. Lo mejor de todo es que no se trata de nombres demasiado conocidos, a pesar de haber trabajado todos ellos en producciones de renombre, por lo que podemos hablar de auténticos descubrimiento en muchos casos. En efecto, todos los miembros de la alocada familia -y el cura- están geniales. Cada uno de ellos construye un personaje caricaturescamente genial, aunque se lleva el premio Alan Tudyk en su rol de invitado drogado. Por mucho que se repitan sus gags, su mera aparición en pantalla provoca que toda la sala estalle inevitablemente en carcajadas. Los restantes Matthew Macfayden, Rupert Graves, Peter Dinklage, Daisy Donovan, Kris Marshall, Andy Nyman y Jane Asher también lo bordan, sin olvidar la aparición del veterano Peter Vaughan en el papel del tío Alfie. No hay absolutamente nadie que no de la talla. Con semejante elenco de talentos, las cosas vienen rodadas.
Tras un disparatado alboroto que ya no se mantiene en pie por si mismo, la película acaba con la misma lógica con la que ha empezado. El guión de Dean Caig ya ha dado todo lo que podía de si y volvemos una vez más a la pacífica reunión inicial y a su objeto, el recuerdo del difunto. Quizás al film solamente puede achacársele una resolución un tanto típica -a través del inevitable mensaje final- aunque por otra parte completamente necesaria. Cuando acaba la genial sucesión de gags nos importa bien poco lo que ocurra con las relaciones familiares existentes entre los distintos miembros del clan del fallecido patriarca. Se exploran lo suficiente durante toda la película, pero no de manera que -a excepción de nuestro colocado amigo- nos importen demasiado sus destinos. Eso sí, hay que decir que su duración está perfectamente ajustada.
Solo una última advertencia que trataré de matizar para no resultar pedante: Está película es altamente recomendable verla en versión original. No es una frase hecha en absoluto. A pesar de lo cómodo que pueda resultar un doblaje, nos vamos a perder muchos de los numerosos matices de los actores si la vemos traducida. No solo me refiero al acento británico. Escuchar la voz chillona de Simon a través de la puerta del baño llamándose a si mismo no tiene precio, algo que ningún doblaje, por muy bueno que sea, podrá igualar. Por eso, aunque sea tarde, más vale darle una segunda oportunidad al film cuando este salga en su edición domestica, para verlo cómodamente sentado acompañado de unos buenos subtítulos al castellano si nuestro nivel de inglés no da para tanto. Aunque en otro tipo de películas se pueda prescindir de esta recomendación, en Un funeral de muerte es completamente necesaria,
Acabando, Frank Oz consigue con su producto una perfecta fusión del humor inglés como otro más grueso, pero lo hace siempre con cierta clase. No hay más que comparar su película con las tremendas sinsorgadas que aparecen puntualmente por nuestras carteleras para deshacerse en alabanzas ante su trabajo. De falsas comedias están los cines llenos, productos mediocres que no se sustentan en un humor inteligente y que recurren al viejo truco del pedo o se encomiendan a actores de segunda. Un funeral de muerte no es exactamente lo contrario. No pretende ser sutil y no renuncia a las groserías, pero cuando estas se complementan con semejante reparto actoral y con unos personajes tan trabajados, el humor negro toma un nuevo significado. ¡Nunca antes un sepelio fue tan divertido!