Un recuerdo lejano, una ingenua buena
intención, una obstinación, el gesto, el silencio. Cada detalle de
Arrugas evoca todo un mundo de drama escondido en las
maltrechas mentes de sus protagonistas. Sin necesidad de expresar
explícitamente los pormenores más tristes, consigue que el
espectador los complete en su cabeza, provocando un efecto realmente
devastador. No es una película para ver en un día malo.
Puede que la animación no sea un
portento, pero con sus herramientas consigue un ritmo relajado, el de
estos ancianos caminando sin prisa; y una atmósfera gris y rutinaria
que explica a la perfección la vida en ese centro. También hay
algunos momentos especialmente inspirados, como el accidente, o la
ambientación del Orient Express.
En cualquier caso, está claro que la
gran baza la encontramos en su guión. Primero porque sabe tratar una
historia algo gris de una manera amena y fresca, con recursos
atractivos, como el de la alucinación de la introducción (y en
general otros momentos de ficción mental) o la moderada intriga de
los pequeños robos, resuelta con elegancia. Es, además,
especialmente eficaz en cuanto a conseguir empatía y comprensión.
Su manera de mostrar como el protagonista no entiende la palabra
"pelota". La dignidad que deposita en cada personaje, cada uno a
su modo, dentro de la degeneración mental más terrible.
Arrugas no necesita inventarse unos
enfermeros malvados o unos médicos sin alma, al contrario, nos
muestra trabajadores simpáticos, pacientes y flexibles. El drama de
esta historia no debe ser una excepción derivada de actos malvados.
La respuesta al "¿Te tratan bien?" que tiene como objetivo dejar
tranquilos a unos hijos despreocupados, no puede ser otra que el
"Sí". El problema es mucho más íntimo, y por tanto más
complejo y terrible. Consigue algo verdaderamente difícil: señalar
la tragedia que ya teníamos delante de nuestras narices y no
queríamos ver. Una de las grandes películas españolas del año.