Puede que esta película no tenga una dirección notable... que no tenga una dirección apreciable. Ni su fotografía es interesante. No tiene una trama compleja... no tiene trama apenas. Quizá hacia el final se hace demasiado larga, es verdad, esto frena mi nota de manera tajante.
Esta película tiene básicamente dos cosas: diálogos y actores. Los diálogos no son rebuscados ni son muestras palpables de ingenio de los personajes, pero sí muestran el ingenio de un guionista que sabe hacer comedia de las pequeñas cosas, de los gestos que reconocemos. Quizá, en este sentido, se trate de una comedia muy atada a su geografía.
En cuanto a los actores, básicamente debo hablar de dos, por no entrar en la sabia utilización de ese actor obsoleto que es José Sazatornil, o de la incorporación del actor de “Hospital central” de quien se dice abiertamente que tiene éxito en la obra porque aparece en esa mierda de serie. Pero me voy por las ramas, como digo tan sólo quiero hablar de dos. Juan Diego Botto, está perfecto en su papel de guapito con jeta, mentiroso adorable e hijo imposible. Muy bien.
En segundo lugar, el impecable Juan Diego (sin Botto), que se lleva la mitad de la película con su interpretación completamente naturalista con cada pequeño toque de chispa que va repartiendo. Está perfecto, simplemente.
Lo más interesante de la película, aparte de esto, es su gusto por la naturalidad. Los actores que no oyen a la primera, el camarero al que se le ha caído algo al suelo... pequeños detalles de la vida diaria que completan un retrato bordado por las líneas de diálogo perfectamente naturales. Si la vida diario fuera tan divertida, esta película sería como la vida misma.