Este vals comienza en cierta línea de ficción. Un sueño, una conversación entre amigos, un viaje. Poco a poco, sin embargo, se va convirtiendo en un documental puro de entrevistas, acompañado con una reconstrucción de los hechos. La animación ayuda a engrasar las diferencias entre un concepto y el otro, reconstrucción y entrevista, todo construido con la misma textura.
Así que nos encontramos ante lo que puede considerase como un documental animado, donde participan personas reales contando su historia y se acompaña de reconstrucciones; o podemos considerarlo como una única reconstrucción donde las personas reales aportan su voz a unos personajes ficticios, animados que los representan. En definitiva, otra jugada contra el muro que separa el documental de la ficción, como la que se hiciera, por ejemplo, en La clase. Es sintomático que las dos favoritas en las nominaciones de mejor película de habla no inglesa, en los Oscar, fueran precisamente estas dos (aunque luego terminase haciéndose con la estatuilla la japonesa Departures). Sin duda este tipo de opciones narrativas están cada vez más presentes, a nivel internacional. Un guiño para el metacine, el personaje que vive en holanda le dice al director (que interpreta al director) "puedes hacerme un retrato pero no me grabes".
Sea como fuera, tendencias aparte, nos encontramos ante una bella y muy dura película que no quiere dejar perdida en la memoria la guerra del Líbano, en concreto la masacre de Sabra y Chatila. Uno de esos horrores de la historia de los que no se habla tan a menudo, y que el cine a veces rescata. La película no sólo trae a la memoria aquellos sucesos sino que reflexiona por la preocupante capacidad de olvido que tiene la sociedad ante este tipo de barbaries. El propio director, Ari Folman, se presenta como primer culpable de amnesia.
Visualmente, la película es deliciosa, metáforas, atmósfera y mucha imaginación. El sueño del director, repetido constantemente, con los personajes emergiendo del agua en esos tonos dorados es tan bello como terrible. Todo un derroche de arte gráfico para representar el horror. Como el maravilloso comienzo con los perros rabiosos. Además, se permite incluir escenas dinámicas musicales, como es el caso de esa introducción de los créditos. El cambio final a imagen real, consigue un contraste que te deja callado hasta unos minutos después de abandonar la sala de cine.
Quizá se echa de menos que la película mantuviera el flirteo con la ficción con el que comienza y no se permitiera tanto tomar la forma documental clásica en su segunda mitad. Aun así, una gran película, que aúna perfectamente la denuncia social con la belleza formal.