Diego Luna (Sólo quiero caminar) se estrena con declaración de intenciones y buen hacer. La crítica más próspera de su país y del entorno latinoamericano se cruza con la buena mirada pero aplauso discreto de Europa, sin embargo, lo importante es la llegada de un puesto en el cine y con talante propio, con algo que contar, en este caso la mirada de Abel, un hombre, un chico, un protagonista de film hambriento.
Probablemente con la espesez narrativa de los nuevos, espero también una dulce, amarga y retorcida historia entorno a un chico, no muy normal, o quizás demasiado. El título los describe el centro de la diana de una película diseñada para enseñar, provocar y repartir tristeza de sala, de esa que se pasa pronto pero ahí queda. Sin alardes, sin complejidades cinematográficas y con la fuerza del guión, no me extrañaría que sorprenda en momentos por sencillez bien llevada.
Al fin y al cabo si espero mucho es porque la trayectoria de su director es de inquieto valiente, de jugador que apuesta y que no olvida su origen, su mundo, su mentalidad, creando y contanto ahora al menos algo que no es nada, es algo. Espero que esa buena intención sea una agradable caída de imágenes y simpatía. No dudo, espero. Al menos se cuenta aquí una historia algo nueva y destacada.