Elisa K es una película árida,
sin adornos, directa al grano. Hasta tal punto no hay adorno ni
relleno que su duración no llega a la hora y cuarto. Un blanco y
negro áspero. Algunas escenas distantes, ensuciadas del ruido de la
calle, que nos pueden recordar a Rosales, especialmente si añadimos esos
golpes de efecto crudos que interrumpen una cotidianidad gris.
Se trata un tema delicado eliminando
todo atisbo de morbo. La secuencia de la violación se resuelve con
elegancia, jugando con la alegoría del culumpio, su sonido y
movimiento y la rotura violenta de una pieza que ya no volverá a
encajar, al menos no si no se arregla. Quizá esté algo difuso el
acto en sí, ya que la situación, en el salón y con el padre
delante (por muy dormido que esté) y el hermano en el balcón,
resulta algo extraña. Es verdad que al mismo tiempo se juega con la
ambigüedad, por un lado de la verdadera culpa del padre, que no
queda del todo aclarada, y por otro, del tipo de violación que se
produce. En este sentido es interesante rescatar las palabras de la
directora: Da igual, porque no es una invención de la propia
Elisa ya que ¿cuál es el nivel para que sea violación? puesto que
es una niña de diez años, la han violentado, la violencia sexual ya
es una violación.
Un interesante juego con la voz en off
que precede a la acción. Una buena elipsis para cambiar de actriz a
través del sueño. Un juego interesante el del cambio de estética
para cuando Elisa recuerda lo sucedido (no sólo el blanco y negro a
color, hay un cambio general).
Quizá, la escena del recuerdo, de la
locura de Elisa, cae en ciertos recursos demasiado cinematográficos,
como el de romper el espejo, y esto choca un poco con el tono más
realista del resto. En cualquier caso, una buena película la de
estos dos directores catalanes, Judith Colell y Jordi
Cadena. También una gran actuación de las dos actrices que
interpretan a la protagonista, especialmente de la más joven,
Clàudia Pons, ambas
merecedoras de la concha de plata.