Uno se sienta en la butaca del cine con la incertidumbre de ver cómo se desenvolverá Shyamalan en una película de corte fantasioso, no tanto interesado por el argumento. Y a los pocos minutos se le cae a uno el alma a los pies al encontrarse, precisamente, que no va a encontrar nada de Shyamalan en esa película, que incluso dudas de si ha aparecido por el set de rodaje.
La narración de la película es plana, no hay personajes carismáticos, ni encontramos demasiadas aristas a las que asirnos para no caer en el más anodino devenir de unos personajes que a uno no le apetece especialmente seguir. Como todo manga, imagino que el original tendrá sus reflexiones y simbología sobre ecologismo y el bien y el mal, pero nada de eso está en la película de Shyamalan.
La película podría resultar oscura, pero parece que alguien no se ha atrevido a ello y nos encontramos con cosas como la caracterización de un limitadísimo Dev Patel. Si su padre lo chamuscó, ¿por qué está apenas desfigurado? La rabia que guía a su personaje debía extereorizarse en un aspecto más horrible, aunque se resintiese la confianza de los más pequeños.
Como broche final tenemos que la imaginería visual de la película es pobre con respecto a cualquier atributo de originalidad. Todo recuerda a otras películas de fantasía: La historia interminable o El señor de los anillos son las más claras.
Una última reflexión. Así como los habitantes de la Tierra del Norte obtenían su poder de los espíritus del mar y de la luna, la imaginería de Shyamalan toma su poder y su esencia de lo cotidiano. Su fantasía surge de lo real, sabiendo perfectamente mezclar ambos aspectos. Hay quien ha pensado que Shyamalan podía dar rienda suelta a su imaginación en un mundo de fantasía y se ha equivocado. Él necesita de los elementos de la realidad, tal y como ha demostrado en su filmografía. Es como caer en el error de pensar que Cortázar puede escribir El señor de los anillos.