La elección formal de la primera entrega de [REC] supone una de esas limitaciones
que a la vez de presentarse como una serie de obstáculos para el cineasta,
aporta aspectos suficientemente positivos como para decantarse por ella. El
punto de vista es único, que no sólo no es omnisciente sino que está sujeto a
cumplir ciertas normas de comportamiento coherente. Además, la estética debe
ser aparentemente descuidada. Limitaciones importantes a la hora de sacar
adelante una película, pero que al mismo tiempo aportan jugosos beneficios (estética
hiperrealista, identificación, inmersión). Además se puede volver un aspecto
positivo el concepto de lo que no se puede mostrar. En definitiva, limitaciones
que ofrecen una recompensa si se manejan con maestría.
El problema de esta secuela es que no termina de aceptar del
todo ninguna de las limitaciones y se queda a la deriva en un inaceptable
punto intermedio entre la citada elección formal y el formato convencional. El
punto de vista se vuelve mucho más sofisticado, con muchas cámaras y con una
calidad de imagen que no resulta nada realista. Se buscan motivos para que
dentro de la casa haya muchas cámaras grabando, pero no resultan convincentes.
El extremo llega con la reaparición de la protagonista con su cámara en la
mano, creando un juego de supuesta tensión incluso con la batería agotada,
rizando el rizo más allá del sentido común. Se pierde el hiperrealismo, la
coherencia, la credibilidad y en especial, se pierde la sensación de inmersión
en la película.
Además se busca crear una atmósfera, incluir personajes
emblemáticos como el sacerdote, todo ello muy alejado de los personajes
cotidianos que tan bien funcionaban en la primera parte. Se buscan planos
demasiado perfectos. Además se incluye la trama religiosa que es de forma
evidente un disparate. Se juega al exorcista, lo que supone un doble fracaso:
no viene a cuento para nada cuando se plantea como una película de infección
vírica, y además hoy en día resulta más bien cómico, el público de ahora se ríe
cuando se oye "en el coño de tu madre".
En definitiva, nada se corresponde con el planteamiento formal. Se trata de un revoltijo de formas y géneros que se anulan
unos a otros. Se cumple aquí el dicho de las segundas partes.