Crítica de la película Looper por Iñaki Ortiz

Distinta


5/5
29/10/2012

Crítica de Looper
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Looper es una película comercial, de entretenimiento, de palomitas. No escapa de ello, al contrario se enorgullece porque no tiene nada que ocultar, pues lejos de ser un producto enlatado, es aire fresco y renovador para un subgénero tan castigado como es el de los viajes en el tiempo. Looper es ante todo distinta.

Es distinta, para empezar, porque su planteamiento es absolutamente original -de disparatado, quizá, esa forma tan particular de retirar cadáveres. No pierde el tiempo y nos muestra la cuestión de un modo crudo e impactante. El protagonista esperando con un cronómetro, un trabuco y un plástico protector en el suelo, en un campo apartado. Suspense de noir rural, donde parece que los asesinos de A sangre fría vayan a irrumpir en un cuadro de Hopper. La solución visual más seca para la aparición del viajero, el antiquísimo stop trick. En plena era digital, de excesos, de 3D y de efectismos, una solución del cine mudo. Honesta desde el principio, sin adornos.

Como tampoco hay adornos para ese futuro cercano. Es distinta en su moderación, inusual en una superproducción de este tipo. Distópico por pura pobreza, sin atmósfera. Las cosas no han cambiado demasiado: la granjera se emplea a fondo con un hacha rudimentaria, momentos antes de enviar una fumigadora automática -muy roñosa, eso sí. La misma máquina del tiempo es un viejo cacharro sin glamour escondido en un almacén. Si bien la tecnología avanza, no hay necesidad de reconvertir todo a un mundo futuro. Todo ese universo es tan viejo como nuestro presente. También sabe diferenciar el tiempo lejano del cercano, con un par de detalles fundamentados en la decoración y el vestuario, con esos deliciosos sombreros de ala amplia que llevan los matones que buscan al protagonista.

Es distinta hasta en su concepción de los viajes en el tiempo. Aunque sus principales referentes son, en palabras del director, 12 monos y Terminator -el primero se hace evidente en la presencia de Bruce Willis y en sus motivaciones; el segundo en parte del argumento- el modelo es diferente. Si aquellas se movían -permitidme la pedantería- en la línea del principio de autoconsistencia de Novikov, con una línea temporal inalterable a los cambios paradójicos; ésta adopta la opción de una realidad sujeta al cambio. El director consultó con el realizador (ingeniero y matemático) Shane Carruth, responsable de la película definitiva sobre paradojas temporales, Primer. Se entiende que siga su modelo, que, para que todos nos entendamos, es el de Regreso al Futuro. Todo cambia, y como en aquella, se toma la licencia de que los viajeros cambien en tiempo real, premisa que exprime con gran imaginación, consiguiendo secuencias como la de la captura del primer looper escapado. Siniestra, original y con un ritmo frenético.

Otro efecto colateral de este fenómeno ficticio que explota al máximo es el de la memoria cambiante. Así consigue uno de los mejores momentos. El personaje de Willis, aferrándose con desesperación al recuerdo de su amada, enfrentándose a perderla para siempre de verdad, es decir, perder al amor que habita en su recuerdo. Y esta idea genial me lleva a destacar el gran punto fuerte de la película, que la hace distinta de nuevo: a la fría estructura lógica de paradojas que mueve la trama, añade los elementos emocionales que dan cuerpo y vida a la película. Se entiende y se siente al mismo tiempo, y esa es su gran victoria. Este tipo de cine suele pecar de frío o de ser demasiado simple a nivel emocional.

El espectador medio puede seguir la trama sin demasiada dificultad, porque no está enrevesada más de lo necesario y porque el Rian Johnson, el director, nos ayuda con secuencias tan brillantes como el del resumen impecable de la vida futura del yo anterior del protagonista. En lugar de pedir un exceso de implicación intelectual en la trama, Johnson nos exige una valoración emocional. Y es que juega a lo impensable en una película de acción comercial: nos pregunta de parte de quién estamos. ¿Quién es el héroe y quién es el villano? ¿Son los dos Joe el mismo personaje? Sin giros ni trampas, nos muestra lo mejor y lo peor de cada uno. El verdadero conflicto no es el rompecabezas, es la duda, y Johnson resuelve ambos de una manera brillante y hermosamente coherente, a la que ya podemos incluso anticiparnos.

No se puede pasar por alto el increíble y vistoso trabajo de imitación de Joseph Gordon-Levitt, que, cargando con algún exceso de maquillaje, consigue ser y no parecer. Impecable. Jeff Daniels, en un papel menor, aunque con importancia -y con guiño en el tiempo, según creo- también hace un trabajo excelente. Es un villano también distinto, implacable pero razonable, con un fondo humano. Daniels borda todos esos matices. Los dos comentados, así como Willis en un papel que sabe manejar de maravilla, y en general todo el reparto están muy bien, pero aquí hay una nueva estrella que luce especialmente. Hablo del jovencísimo Pierce Gagnon, que expresa emociones desbocadas con una capacidad inesperada en un niño.

En cuanto al aspecto puramente visual, como decía antes, Johnson apenas adorna. Acción seca y efectiva, guiños al noir, distopías urbanas y algo de retro rural. Casi toda la dirección está supeditada a lo efectivo, al realismo y la coherencia estética, pero sí tiene un momento bellísimo: el primer ataque telequinético, con ese lirismo sangriento que deja la boca abierta.

En su tercera película, Johnson consigue una riqueza asombrosa, en casi todos los aspectos. Consigue también algo tan difícil como es mezclar el cine de entretenimiento con la calidad y el gusto por el detalle. Estoy deseando que mi yo del futuro la vuelva a ver.



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