Hirokazu Kore-eda participa nuevamente en la sección oficial del festival de San Sebastián. Ya lo hizo hace diez años con la original e interesante After life, y hace dos años con su particular visión del cine de samuráis, Hana. Dos películas a tener en cuenta, más la primera que la segunda, que tampoco despuntaban muy especialmente. Más desechable fue Nadie sabe, un flirteo con el realismo casi documental, que resultaba demasiado insulsa y sobre todo, aburrida.
Ahora toca un tono más bien realista, de personas, de diálogos, pero sin llegar a la cotidianeidad buscada con Nadie sabe. El propio Kore-eda se encarga del guión como viene siendo habitual. Creo que sabrá manejarse bien entre los vericuetos del lado oculto de la familia, el dolor que subyace bajo el silencio y el olvido fingido. En Alter life ya ahondaba bastante en los problemas personales y lo hacía bien.
El problema es que este tipo de esquema lo hemos visto demasiadas veces. El cine nórdico lo ha tratado con sabiduría en demasiadas ocasiones y, en general, el cine europeo. Está claro que la mirada de un japonés, cultura tan ajena a nuestra sociedad, siempre es diferente y no dudo que así será en esta ocasión, pero el autor tiene demasiada influencia occidental, o al menos así lo demuestra con sus anteriores trabajos, y no creo que se haya tomado demasiadas licencias para transformar el formato de "dolor familiar".
Cabe esperar, por tanto, una correcta película bien estructurada, con el tiempo bien medido -probablemente echará mano de una unidad espacial y de tiempo- y con emociones intensas hacia el final, pero que nos recordará tanto a otras tantas películas que el resultado positivo puede quedar bastante difuminado a nuestros ojos.
En todo caso, un autor a seguir, cuando los festivales o los cines de versión original nos lo permiten.