Tony Gatlif es ese tío ecléctico y no muy interesante que ha sido incluso capaz de vender su alma creativa a Antonio Canales para firmar Vengo, aquella peliculilla tonta a mayor gloria del bailaor español. Su filmografía ciertamente no es demasiado conocida y un dato como este, por lo tanto, se vuelve tanto más revelador.
Ahora llega con una película cuyo mayor logro ha sido el de crear cierta polémica en la propia Transilvania, donde han acusado a Gatlif de pintar una Transilvania que no refleja, dicen, la real. La buena, la de verdad. En fin, que me la trae floja, todo eso. Sobre todo cuando intuyo que más bien lo que querría el director es ambientar a su gusto y antojo el espacio fílmico para potenciar su drama argumental.
La cultura gitana, segurísimo, tendrá una cierta importancia en ese drama, tal y como viene siendo habitual en la filmografía de Gatlif. Mucha zíngara de vuelo peligroso, intuyo; al menos eso anuncia el cuidado reparto que encabeza la película. Asia Argento(Last days; María Antonieta) y Amira Casar(Pintar o hacer el amor; Sylvia) son dos nombres femeninos muy muy importantes para una película como esta.
Sinceramente, son precisamente ellas los dos grandes atractivos de Transylvania, una cinta que levanta demasiadas dudas. Y no precisamente en su apartado técnico. Ni, ya digo, en el interpretativo. Es Gatlif el que más pinta tiene de resbalar. Una lástima, porque aquí es él el que manda. Por dos horas.