En As the Palaces Burn hay dos documentales, el que estaba previsto y el que terminó siendo. Esto es una constante en el cine y, en general, en cualquier proyecto que emprende el ser humano, pero es especialmente claro en los documentales, donde ha de haber un amplio margen para la realidad. En este caso, los hechos no solo cambian un poco el curso de su elaboración, no; hay un giro completo de tono, tema y forma. Y ese es el mayor interés de esta obra en la que un suceso judicial trastoca lo que iba a ser una cómoda recreación de una gira del grupo metalero Lamb of God.
Está muy de moda, en el mundo documental, salir a encontrar un giro sorprendente, sobre todo, después del éxito de Searching for Sugar Man. El problema es que la realidad no está a nuestro servicio y a muchos se les ve el plumero, bien por fingir un descubrimiento casual en algo que está preparado, bien por no encontrar definitivamente nada y terminar divagando. En este caso, parece poco posible la trampa, lo cual es de agradecer. Entre tanto documental con truco, algo de verdad. Por otro lado, esta falta de truco también se aprecia en que el documental no es capaz de adaptarse como debiera a la nueva realidad. Tarda mucho en reaccionar, perdiendo la posibilidad de conseguir mejor material en el momento del suceso. Ahí, el director, Don Argott no es nada audaz y demuestra ser un documentalista muy correcto pero sin demasiada iniciativa. Además, el resultante termina siendo, como decía al principio, dos documentales, yuxtapuestos. El de la gira y el del juicio.
La parte de la gira es un rodaje muy premeditado, con cierta preparación para buscar algunos fans interesantes, realizado para mayor gloria de la banda. Un documental para fans del grupo y para captar, en general, a los amantes del metal. En el mejor de los casos, correcto en su ejecución. Como interés, el efecto terapéutico de la música agresiva y el subrayado del valor de estos aficionados como comunidad que comparte filosofía de vida. Tribus musicales.
La recta final del documental, la que se encarga del juicio tiene mucho más ritmo y contenido, especialmente en el regreso, cuando el director ya ha tenido tiempo de preparar su nuevo formato. De nuevo, una ejecución sin puntos negros, que se apoya en un material que funciona solo. La cuestión es que no le saca todo el partido que debiera. El director encuentra un tesoro escondido pero solo es capaz de llevarse unas cuantas joyas. En manos de otro cineasta, podríamos haber tenido uno de los documentales del año.
Como bisagra de ambos mundos, una santificación del protagonista, como mártir entregado. La película no deja de tener ese tono publicitario, de imagen de banda, que aplicado a un caso penal, se vuelve peligroso. Además se repiten demasiado las motivaciones de los personajes. En definitiva, falta una capacidad artística para hacer una obra más interesante, pero el material sobre el que trabaja es muy jugoso.