Era de esperar el tono y la intención
de esta película. La clásica comedia francesa costumbrista que se
recrea en los pequeños detalles cotidianos de la familia, sin muchas
pretensiones, y sin apenas trama. Ahora bien, todo tiene un límite,
la comedia de Julie Delpy es la nada absoluta. Un transcurrir
de minutos ocupados por la vulgaridad más absoluta. Una mediocridad
en sus personajes que contagia a una realización que deja mucho que
desear (sus intentos de imágenes evocadoras, como el padre
conduciendo a contraluz, rondan el ridículo). Una serie de chistes
verdes para señoras mayores y otros tantos tópicos sobre la Francia
de los setenta.
Hay dos cuestiones que me escaman
especialmente. Si se quiere jugar a un hiperrealismo cómico, este
debe ser especialmente preciso, que diseccione con ingenio las
pequeñas paradojas de la sociedad. En el cine francés hay muchos
buenos ejemplos. No es el caso. Por otra parte, se quiere dar cierto
peso a la película, al menos hacia el final, con cuestiones más
graves (la guerra, la política). Pero estos enfrentamientos
familiares no pueden ser más forzados y tópicos. Aguantar tres
canciones familiares estúpidas puede soportarse si este realismo se traslada también a lo importante, pero si finalmente nos encontramos
con un guión impostado, con personajes de trapo y con lugares tan
comunes como estos; esas canciones estúpidas se tornan aún más tediosas.
Una interminable serie de tópicos,
humor para viejas y sobre todo, mediocridad. La versión sin
talento de Las horas del verano.