Estamos todos habituados a ver en las
noticias escenas terribles de matanza en algún país del continente
africano. Poco a poco se van convirtiendo en fría estadística de
número de muertos, aderezados, si acaso, con alguna imagen
desagradable en segundo plano. Nos vamos insensibilizando ante las
afirmaciones que bien pueden contar diez, como cien, como mil
muertos, en lo que en general es un impacto no muy diferente en el
telespectador, porque no hay nombres, ni historias, ni rastros de
humanidad.
Afortunadamente para eso está el cine,
para golpear con una ficción, lo que la pura realidad ya no es
capaz. Dotar a esas víctimas de humanidad, incluso comprender a los verdugos
también. Poder observar su forma de ser y de pensar, de sufrir.
White Material tenía todas las papeletas para conseguirlo, el
drama humano estaba ahí, ni siquiera demasiado escondido, y sin
embargo resulta ser una nada absoluta. El personaje principal está
dibujado en una absurda, exagerada y demasiado reiterada obstinación,
pero al menos, dentro del tópico y la brocha gorda, demuestra algún
rasgo, en gran parte gracias a la gran Isabelle Huppert. Sin
embargo, el resto de personajes que aparecen en el film son
absolutamente planos. Su personalidad no responde más que a la
función que desempeñan: el militar, el rebelde, la farmacéutica,
el político, el exmarido. Se mueven como maniquíes con el único
objetivo de dar réplica, cuando toca, a los diálogos con la
protagonista. El personaje de Christopher Lambert, parece
existir únicamente para aparecer en los momentos convenidos para
intercambiar unas cuantas líneas de diálogo. El colmo es para el
hijo de ambos, que según el momento, le toca comportarse de una
manera completamente diferente -siempre extrema.
Así que finalmente tenemos otro
transcurrir de imágenes, como las de las noticias, con imágenes
terribles, sí, niños armados, machetes, sangre, refugiados... pero
sin aportar nada más que el más superficial de los reportajes, ni
en humanidad ni tampoco en datos concretos -pues la película opta
por la respetable opción de no dar el nombre del país ni ubicar la
situación. Un guión vacío, lento y sin rumbo, dirigido con buena
mano por Claire Denis, que consigue algunos
planos muy sensoriales (el viento, el calor...), aunque en
definitiva, pone el piloto automático del cine festivalero de
principios de siglo, y una banda sonora barata y cargante.
No puedo dejar de recordar la reciente
De dioses y hombres, de temática y desarrollo algo similar,
que conseguía ahondar en sus personajes, resultando de lo más
interesante. Queda muy lejos.