Vadim Perelman debutó hace unos años con un elegante drama, Casa de arena y niebla. Sacó partido a las amplísimas posibilidades de ese actor tan increíblemente irregular que es Ben Kingsley. Completó una buena historia con una factura de calidad, y el resultado fue mucho más sólido de lo que se puede esperar de una ópera prima.
Ahora tenemos ocasión de ver su segundo trabajo, que promete ser otro drama intenso. La premisa, como en el caso anterior, es algo neutra. De ella puede partir el más rutinario de los telefilms, o puede ser una base firme para crear una interesante película. Habrá que confiar que sea más bien la segunda opción, como lo fue en el caso anterior.
Sin embargo, todo suena a menos en esta ocasión. Estoy convencido de que a esta película le va a faltar ese toque de redondez que se percibía en Casa de arena y niebla. Además, los intérpretes no están a la altura. La correcta y aún algo verde Evan Rachel Wood, y la carismática Uma Thurman. En cuanto a esta última, es inevitable hacer un gesto de disgusto al contemplar su triste carrera de los últimos años, de la que sólo se salva su impecable novia de Kill Bill. Está claro que mejor esa novia que la de Mi super ex-novia. No para de trabajar, y casi siempre en películas de videoclub. Para colmo, el drama no ha parecido ser su fuerte hasta ahora. Habrá que darle una oportunidad. Perelman no figura en el guión esta vez, lo cual es otro punto para aumentar la desconfianza.
Con todo, creo que puede ser una película que no baje de correcta y con posibilidades para dejar un buen poso en el espectador. Es también una opción de seguir el trabajo de un director que ha comenzado con ganas, este ucraniano que hace cine con factura americana y dolor europeo. Una buena opción para ir cerrando la sequía de verano.