El nombre de Jaime Rosales era conocido por pocos hasta que en la pasada edición de los Goya se llevara el gato al agua consiguiendo para su película La soledad, el premio a mejor película y mejor director. Sin embargo, ya era un viejo conocido del festival de Cannes. Además de la citada película, su anterior trabajo, Las horas del día, también participó en el festival galo, consiguiendo un premio FIPRESCI.
Está claro que Rosales no es un plato fácilmente digerible, y de no ser por los influyentes premios Goya, su película no habría renacido del absoluto aislamiento comercial en el que se había hundido. No se puede negar que nos encontramos ante un cineasta inquieto que busca ofrecer una nueva mirada, algo que necesitamos clamorosamente en el cine español. Lo que no tengo tan claro es que, fuera de sus buenas intenciones, exista realmente un gran director al que valga la pena seguir. En La soledad, su voluntariosa concepción visual de pantalla partida que pretendía hacernos vivir una nueva experiencia cinematográfica, no terminaba de ser un curioso recurso que no aportaba demasiado a la obra. Lo que sí he de reconocerle es su firmeza a la hora de imponer un ritmo insufriblemente lento sin la más mínima concesión al espectador, que se veía recompensado por dos momentos especialmente buenos que no podrían haberse logrado de otra manera. Hay que poseer una enorme fe en sí mismo.
Lo considero, por tanto, como a un director perfectamente concienciado para hacer cine de calidad, para hacer su propio cine, más allá de modas del sector o de la caja que pueda llegar a hacer.
No ha tardado en estrenar esta última película -de hecho, trata unos hechos extremadamente actuales- con la intención de volver a estrenar en Cannes, aunque al final no pudo ser. Donde sí lo encontraremos finalmente, participando a concurso en la sección oficial, es en el próximo Festival de San Sebastián. Muy oportuna localización teniendo en cuenta su temática. De lo que estoy seguro es que no tratará el tema del terrorismo desde el cliché o el thriller chapucero, al estilo de producciones de corte tan televisivo como El lobo. Rosales dará su propia visión, seguramente más interesante, y seguro diferente, pero sobre todo, ofrecerá una forma bien distinta a lo que estamos acostumbrados.
Todo un acierto considero la decisión de contar con un reparto desconocido, sin estrellas nacionales deslumbrantes y especialmente de sentido común la elección de actores vascos para interpretar a personajes que precisamente son eso, vascos. Algo aparentemente evidente, pero no tan habitual. Dos puntos que aportarán realismo, como espero que lo hagan también algunas de las técnicas que ha empleado en el rodaje este cineasta amigo de la experimentación.
Esperemos que, gracias al tema que trata, no necesite un ritmo excesivamente lento. Y si lo es, espero que vuelva a merecer la pena. No me extrañaría que se llevase algún recuerdo en forma de concha del Zinemaldia.