A Clint Eastwood siempre hay que
verle. De vez en cuando nos llevamos un mal trago como con su
mediocre El intercambio (aquí le pudo una de las reglas de
oro de la precrítica: una película con Angelina Jolie no puede ser
buena), pero lo habitual es que veas una película de buena para
arriba.
En esta ocasión, el guión corre a
cargo de Peter Morgan, muy activo desde su trabajo en La
reina, y que suele escribir de forma bastante sólida. Aquí,
Eastwood se mete en camisas de once varas con cuestiones metafísicas
y terreno paranormal. Unas arenas movedizas en las que cualquiera
puede quedar enfangado hasta las rodillas, pero en las que el
veterano director, probablemente, no saldrá muy mal parado gracias a
su moderación, buen gusto y sentido común.
Esta no será una de las grandes
películas del último clásico de Hollywood, quedará probablemente
lejos de títulos como Gran Torino, pero sí espero que al menos
alcance el nivel de la reciente Invictus. Como pasa con todos
los grandes directores, no se pueden dejar pasar sus películas,
ni siquiera aunque algunos de ellos se empeñen en poner de protagonista al
limitado, aunque carismático Matt Damon.