Jude Law.
Natalie Portman.
¿Quieren más nombres?...
Anthony Minghella.
Vayamos por partes: Los tres primeros conforman un reparto-gancho, un trío de ases de los que imantan al espectador a la sala con la mera mención de sus nombres, con el sonido de sus apellidos. Kidman es de lo más solido y brillante entre el panorama interpretativo femenino del cine actual: Es elegante, puede ser tan fría como caliente, es poderosa, y ha demostrado ser capaz de sostener, ella sola, una trama y una película enteras (hablo, por ejemplo, de la correcta pero sobrevalorada ´Los otros´). Law es, SIN NINGÚN RESQUICIO PARA LA DUDA, el mejor actor de su generación, y de las generaciones más cercanas. Él se convertía en el mayor punto de interés y atracción de ´El talento de Mr. Ripley´ mientras duraba en pantalla, sin ir más lejos (sin salirnos de la filmografía de Minghella, director de aquella película y de esta que ahora comento). Y por su parte, la Portman fue, y dios la bendiga eternamente por ello, la fascinante e hipnótica muchachita que trae loco a Jean Reno en el intrascendente y, también, fascinante film de Luc Besson ´León, el prfesional´.
La película añade otros nombres a su reparto del nivel de Renée Zellwegger (no es una actriz de mi agrado, especialmente, aún reconociendo su talento notable), Phillip Seymour-Hoffman (habitual en la filmografía de Minghella) o el gran -y tan olvidado...- Donald Sutherland.
El cuarto nombre antes citado es con el que firma (y con el que nació) el director de la cinta: Minguella es el cineasta nos regalara ´El paciente inglés´ (y la Academia le regaló, a su vez, una colección de estatuillas). Luego entusiasmó a unos pocos con ´El talento de Mr. Ripley´, entre los que me incluyo; muchos otros no entendieron ese acierto al envolver al espectador en la magia transalpina de aquellos escenarios costeros de la Italia de la década de los 50, durante buena parte del metraje inicial... para luego golpear con fuerza, sin miedo a perderse en homosexuales ambigüedades. Aún así, hay que reconocerlo, Minguella se equivocó: Matt Damon no es, no podía ser, Tom Ripley. Ripley merecía algo mejor. ¿Quizás el propio Jude Law?
Ahora, este mismo Minghella que domina como pocos el tempo narrativo en este -actualmente- devaluado arte cinematográfico, todo un narrador al más puro estilo clásico, regala a sus actores un texto dramático, un amor en tiempos de guerra, un regalo para la vista, un trabajo minucioso de vestuario, de ambientación... Y de nuevo, sin miedos. Sin miedo a manchar tanto precioso vestuario con el polvo, la suciedad, el sudor de la guerra, del amor, del dolor, del sufrimiento y de las pasiones. Sin miedo de los actores a entregarse no solo en verbo, sino también en carne. Sin miedo a no tener recompensa, como no la han tenido, en las nominaciones de los académicos.
´Cold Mountain´ no será reconocida como una película redonda, porque no lo es; porque hay líneas sueltas, porque hay líneas perdidas, porque hay líneas descosidas, porque tiene altibajos. Los altibajos e iregularidades que imponen las pasiones más crudas. Su propio drama, su propio sudor, su propia pasión imponen esa irregularidad. Pero cuando su fuerza te envuelve, lo hace con el poderío con el que Minghella, tantas veces, ha demostrado que sabe envolver a sus películas.
Alguien habló, al verla, de ´Lo que el viento se llevó´. ´Cold Mountain´ no es, desde luego, tan aburrida. Si han de elegir entre un nuevo pase de la primera en la tele (¡todo un maratón!) o aflojar la mosca para ver la segunda en su correspondiente sala de cine, no se lo piensen. Sólo recuerden: Kidman, Law, Portman, Minghella...