Un edificio de oficinas y apenas
algunas escenas fuera, pero Margin Call no necesita más para
provocar una sensación de inmenso abismo bajo nuestros pies, más
que cualquier película de catástrofes. Y es que lo que más
angustia de esta catástrofe es que de ficción tiene poco, y aunque
nadie se refiera a la firma como Lehman Brothers, lo que
estamos viendo en la película es el inicio de nuestra situación
actual, los pies al borde del precipicio la noche antes de saltar. La catástrofe además, tiene dimensiones planetarias.
Es verdad que algunos personajes son
quizá demasiado buenos o ingenuos para moverse en ese ambiente,
puede que haya algunas concesiones al dramatismo que alejan ciertas
reacciones del realismo, sí. Pero la minuciosidad y la calma con la
que se narra cada detalle de esa noche en vela, dotan a la película
de una credibilidad aterradora.
A esto ayuda enormemente tener un
reparto en estado de gracia (con un doblaje asombrosamente low-cost,
por cierto, se debe ver en versión original). Jeremy Irons asusta e hipnotiza en su papel de dios de las finanzas. Kevin
Spacey llena la pantalla y Zachary Quinto, a pesar de su
juventud, tiene ya un magnetismo especial. Todo el reparto funciona de
maravilla pero sobre todos ellos destaca un Paul Bettany,
quizá con el papel más jugoso, que consigue una inquietante
combinación entre tipo simpático y rastrero cínico.
Juega hábilmente con algunas metáforas
y dobles sentidos para remarcar la desvergüenza de algunos y la
relevancia de ciertos temas. Cuestiona el trabajo absolutamente vacío
e improductivo que deriva en un valor irreal. Evidencia el absurdo de
un nivel de abstracción tal que incluso a los propios integrantes de
la firma les es muy difícil advertir cuando están hundidos. Un
thriller financiero calmado, que avanza a pasitos pero siempre sabiendo que
ese último paso será el abismo.