Es definitivo: David Yates es el director que esta saga estaba buscando. Si podíamos dudar a la hora de repartir el mérito de la anterior película con el nuevo guionista, Michael Goldenberg, ahora que vuelve el veterano Steve Kloves, queda claro, ha sido Yates quien ha sabido agarrar con pulso firme la saga de Harry Potter.
La adaptación de un libro, y más de estas características, es algo siempre complicado, pero aquí se ha hecho muy bien, eliminado de un plumazo elementos que sólo entorpecerían el desarrollo de la película y sabiendo parar en otros, en lugar de atravesarlos atropelladamente. Se incluyen muchos detalles apenas perceptibles, pero válidos para segundos visionados.
Se le da, por fin, el margen que merece a las relaciones personales de los personajes, algo que hasta ahora no se estaba potenciando demasiado. Se juega a la cursilería desde la parodia, con una mirada afinada y fresca. La película es capaz de alternar oscuras escenas de terror psicológico como la del pequeño Tom Riddle, con la comedia romántica o la comedia más pura. Echo de menos, eso sí, haber asistido a una clase del profesor de defensa contra las artes oscuras más interesante que ha tenido Hogwarts. Afortunadamente, la aportación de Snape ha estado a la altura, con la conspiración del juramento, la protección de Draco y sobre todo, con el dramático desenlace. Alan Rickman, una vez más, reivindica su puesto como uno de los mejores secundarios en una saga que ya de por sí tiene un reparto excepcional. Incluso los tres jóvenes protagonistas, han crecido también como intérpretes. Se confirma que Jim Broadbent era la elección perfecta para el profesor Slughorn, incluso más de lo esperable.
El director supera su anterior trabajo porque, entre otras cosas, se permite ser atrevido. Me viene a la mente el montaje discontinuo de la isla, o la trepidante planificación del ataque de los mortífagos a la casa de los Weasley. Un pequeño atrevimiento es el interesante flashback de la anterior entrega en medio del logo de la Warner, una elección acertadísima. Pero, por encima de estos atrevimientos, Yates consigue cogerle el punto perfecto al mundo de Harry Potter, como ya hiciera antes.
Esa escena inicial en el metro vuelve a confrontar el realismo sucio con la magia y la fantasía. Las escenas de ese Londres tan moderno. El juego de contrastes de estilos, desde el terror psicológico, al cine de acción moderno, dotan a la película de una complejidad estilística brillante. Todo esto bañado de esa perfecta fotografía del francés Bruno Delbonnel (Amelie), que más que inventar una estética para este universo, parece haberla descubierto, como si existiese desde siempre pero nadie la hubiera alcanzado. Encaja como un guante, porque una vez más representa los dos aspectos, de magia y realismo. Una oscuridad sucia llena de misterio.
Otra excelente entrega de David Yates. La película más redonda, por la psicología de sus personajes; por un desarrollo nada atropellado; por el dramatismo; por la exquisita fotografía; por una dirección atrevida, elegante y eficaz; por unos intérpretes en plena forma y por el protagonismo que se le da al personaje más interesante: Severus Snape. Quedo esperando el desenlace con sumo interés.