El único problema de esta película visceral sin vísceras es el tono cansino y de descanso que después de algunos minutos ya no sirve para hacernos entender la vida de la protagonista, y por el contrario, consigue alterar nuestros nervios en busca de algo más que poses y rostros en espera.
Por lo demás, este ejercicio de ahondamiento humano, de escalofrío realista, muestra a las claras y con la sencillez de una cámara poco colaboradora y muy voyeur, el día a día del agotamiento mental y la comprensión ahogada de una persona en un punto definitivo que le hace sin duda llegar a los extremos.
Con un sexo nada artificioso ni seleccionado, la película fluye a ritmo como digo lento pero a la vez discretamente causal, de un lado a otro, bajo la compleja mirada de un espectador que se va dividiendo en opiniones, entre silencios y miradas cómplices de la butaca, buscando conocer si la decisión tomada para con el personaje central es compartida por el de alado.
Ese es el viaje que logra este film no apto para todos los públicos ni todas las mentes, que además, plantea una solución final muy digna, sincera y verosímil. El hermano, esa pieza que se salía de la ecuación hace retornar lo imposible en posible. Sentirse especial es clave, creérselo ya parece que es fundamental, provocarlo a golpe de sadomasoquismo discutible, pero muy recurrido, y de siempre. La película se acerca a sucesos de los que nadie quiere hablar ni pensar, pero están ahí, muchas formas de sentir, muchos rincones ocultos que descubrir, una parte del ser que siempre permanece pero que no se muestra.