Esta película es un escaparate, y
buscar sentido más allá de esta condición será infructuoso.
Muchas veces hablamos de mixtura de géneros, pero aquí ni siquiera
se puede hablar de eso. En Vengeance, podríamos
hablar de cruce entre una película hongkonesa y el polar francés.
Aquí tenemos polar (muy claramente encarnado en el personaje de la
rubia, sus andanzas, sus armas y sobre todo su gabardina) y tenemos
cine honkonés sangriento (se cuidan mucho los regueros de sangre y
las uñas afiladas entrando en la carne). Pero no se puede hablar de
cruce. A ratos se opta por un género y ratos por otro. Como digo, es
un simple escaparate donde los directores quieren mostrar sus
preferencias cinéfilas. Algo como lo que hace Tarantino, pero sin
talento, más que el de copiar.
Sus preferencias cinéfilas están
claras (también hay algo de Giallo, escenas de ópera cantonesa...),
pero también nos regalan sus preferencias fetichistas. Primero, se
recrean en cada gota de sudor y cada forma de una mujer envasada al
vacío en látex. Se vuelven locos con los tacones más altos del
mundo, que reciben repetidos planos. Lo cool de un dry Martiny bien
servido (aunque no sea para beber). El sadismo de lujo, con unas uñas
que ni las de Freedy. Las cuerdas (innecesarias) amarrando los pechos
que parecen sacadas de algún manual de bondage... Seda, labios
oscuros... vamos, para todos los gustos, siempre que sean gustos algo
particulares.
En definitiva, una película en la que
la trama y el desarrollo no parecen ocupar ni un segundo ni un tercer
puesto. De hecho, en ocasiones (casi siempre), se sacrifica la acción
por la estética. Como cuando la francotiradora revela su posición
con una pose de diseño, con la escopeta en alto (perdiendo así su
oportunidad de hacer blanco). Una sucesión incoherente de imágenes
bien conseguidas, como referencia, o como simple impacto visual. No
estoy seguro de asignarle el calificativo de película, aunque debo
decir que dentro de su variedad se me ha pasado volando.