Y de Hungría pasamos a Polonia. Poco o nada se sabía del cine polaco desde la aparición de las rutilantes estrellas de Roman Polanski, director consagradísimo que ha trascendido de nacionalidad y se le debe considerar casi como europeo; y de Krzystof Kieslowski, muerto prematuramente, y autor de esa excelsa trilogía sobre los colores de la bandera francesa.
Si los anteriores Dioses del Olimpo cinematográfico polaco debieron buscar sus deseos fuera de su tierra natal, dirigiéndose, principalmente, a Francia, en esta época es de suponer que los mismos pueden arraigar en Polonia, y tal parece ser el caso del director de esta película que os recomiendo con la pasión de querer descubrir algo nuevo y talentoso.
Se trata de Andrezj Jakimowski, que ya obtuvo una muy notable repercusión en su país y en varios festivales con su ópera prima, Squint your eyes, y que parece haber dado el paso de madurez con esta historia con niño como protagonista central y tras la que late una sapiencia cinematográfica que va desde Chaplin a sus más directos predecesores. En el arte siempre hay casos de hijos no de su tiempo, que siembran el caos en lo realizado hasta la fecha; hay muchos candidatos, pero pocos elegidos. Pero me gusta, y mucho, ver en directores jóvenes un vasto conocimiento del cine que les precede.
Cine poético, iluminista, cálido, y una muestra de que no todo el cine del Este de Europa ha de ser gris.
Voy de cabeza.