Si hay alguien, hoy día, que merece cargar con el "estigma" con el que titulo esta precrítica, ese es Werner Herzog. Conocidas son algunas de sus "ficciones" (algunas de ellas no tan ficticias), pero también será recordado por su continua necesidad de documentar, de filmar, por su naturaleza de eterno testigo audiovisual.
Herzog ha sido tan capz de convivir con tribus indígenas prácticamente extintas a las puertas del XXI como de mostrar durante minutos, en largos tiempos a cámara hiperlenta, la belleza sostenida de un simple salto de esquí. Él, y su cámara.
Ahora, en el que será su primer film en 3D, Herzog centra su interés en la cueva de Chauvet, valiosísimo testimonio de lo que el Hombre fue en otros tiempos: Allí están las más antiguas pinturas rupestres que conozcamos. Sí, será un documental duro; abstenerse no interesados. Evidentemente, estamos ante una película para dos perfiles: Los propiamente interesados en la materia (la narración les satisfará ya que cuenta con las impresiones y aportaciones de diferentes científicos especializados), y los seguidores del trabajo de Herzog.
Por otra parte, creo entender por qué le interesa al viejo Werner esta caverna: Por un lado, sí, está el interés arqueológico y científico, como tal. Suficiente motivo, digamos. Pero, por otro, el verdadero reto logístico: No se puede estar dentro más que apenas unas horas, ya que el nivel de dióxido de carbono concentrado en su interior es, simplemente, letal. Todo un desafío para un Herzog que siempre, a lo largo de su vida, ha estado dispuesto a filmar lo que no se puede filmar.
Curioso, por cierto, que la Berlinale acoja esta película que, hace unos meses, ya pudo verse en Toronto.