Michael Haneke no se va a poder aguantar las ganas de volver a ser amargo y seco, doloroso de conciencia, su cine es desgarrador y él, tras el magnífico éxito de su carrera y el del año pasado con La cinta blanca, no va a parar ahora.
En esta ocasión el amor ronda por las esquinas, y acaramelará a Jean Louis Trintignant (Tres colores: rojo), el famoso actor francés ya octogenario y a Isabel Huppert (Borrachera de poder o La pianista) como elementos importantes de una película en la que nos envolverá sin querer cierto sentimiento de apatía y una buena dosis de reflexión obligada en torno a un tema que no nos guste demasiado admitir.
El cine de Haneke, con música de por medio de nuevo, nos va a volver a transportar a su mundo inevitablemente frío y descorazonador, pero ya estamos hechos a sus maneras, nos pueden sus pocos disimulos y perecemos ante los finales grotescos humanamente descritos.
Es el mejor director de la década pasada, tratémosle como se debe, disfrutemos de nuevo con él.