Qué disfrutable es El escritor. Qué bien llevada, con qué sabiduría narrativa, con qué buena mano, con qué sarcasmo, con que finísima ironía, con qué talento, con qué absoluto control de los mecanismos del misterio bien contado. Todo, absolutamente todo esto, mérito del veterano cuentacuentos que firma la película: Roman Polanski.
De la filmografía reciente de Polanski, contando títulos como La novena puerta, o El pianista, u Oliver Twist, El escritor es la que más me gusta (aun reconociendo que El pianista es mejor película). Es, desde luego, la más Polanski de todas, la que más remite a viejos elementos que podíamos encontrar en muchos títulos importantes de su pasado. Esa habilidad en el suspense (tantos títulos, empezando por Repulsión o El cuchillo en el agua); cuántas veces habrá filmado esa puerta entreabierta que nos abre lentamente a un misterio, empujada por la temerosa mano del protagonista (Chinatown, Frenético...); el protagonista que teme ser empujado por los demás a "convertirse" -del todo- en lo que acabó siendo su fallecido predecesor en el misterio (El quimérico inquilino); el servicio doméstico, formado por esa pareja de chinos que tanto recuerda de nuevo a la de Chinatown... Todo esto está, y muy acertadamente, en la elegantísima y divertida narración de El escritor.
Porque es evidente que Polanski se ha tomado esta película como un divertimento donde todo parecido con tramas políticas reales en verdad es una excusa para plantear un misterio que, a su vez, es otra nueva excusa para dar forma a todo el gran divertimento: las sucesivas secuencias de creciente suspense e interés.
El escritor jamás podrá ser una película mayor, ya que asienta su desentranmada madeja en misterios algunos fácilmente intuibles (estaba claro que Ruth escondía mucho más de lo que inicialmente se pretende), en revelaciones impermisibles (un dato que nadie parece conocer el torpe protagonista lo encuentra en una segunda búsqueda de Google; sin comentarios) o en algún que otro truquillo demasiado evidente de guión. (Por no hablar de las fotos de juventud de Adam Lang; ¿quién las ha hecho?, ¿en Producción nadie se dio cuenta de que son unos fotomontajes horripilantes y cantosísimos?)
Pero todo el valor de El escritor está en lo bien, en lo muy muy bien, que Polanski cuenta la película. Se divierte y se nota. (Igual que se divierte y mucho Alexandre Desplat, trazando esa banda sonora tan del género, tan retro.) El escritor resulta finalmente para el viejo Roman algo así como lo que ha sido Shutter Island para Martin Scorsese: en la forma de abordarla, de buscarle las cosquillas a cada secuencia con la cámara. (Incluso los planos de McGregor en el ferry recuerdan a los de Di Caprio en la cinta de Scorsese.) Polanski se crece en detalles, en réplicas, en pequeños elementos que luego regresan para recobrar relevancia, en giros, en encuadres... El arranque con el coche abandonado en el ferry es de maestro; el protagonista mirando a una rata que se mueve hasta hacerle descubrir el coche que le sigue, otro instante de una calidad visual superior; la maestría con la que Polanski dirige la última escena de Pierce Brosnan ("cuando lleguemos a casa, haremos una reunión"); y qué decir del desenlace, todo el fragmento completo.
El final, como tal, resume la película: Una calidad visual aplastante (qué bien narra Polanski algo que parece fácil: el modo en que McGregor descubre en los folios la frase clave; el momento en que el papel con el mensaje pasa de mano en mano; o por supuesto ese fuera de campo magistral para cerrar la película), un sentido del ritmo y de la narración simplemente perfecto, propio de un maestro del género, y una sanísima ligereza de tono, una fina ironía que se redondea con esos folios que se "pegan" a la pantalla, al final, para reproducir el título de la película.
En definitiva, cine divertido, elegante, bien contado. Disfrutable para todos; muy disfrutable para quienes conozcan bien la obra de Polanski.