El mero hecho de que uno de los grandes de todos los tiempos, que no por ello venido a menos, proclama la necesidad imperante de acercarse al cine a seguir los pasos de Michael Caine en una de esas películas sin propaganda que apetecen mucho en la cinematografía actual. Recuerdo El americano impasible de forma grata porque como en esta ocasión nos permitió disfrutar de Caine en estado puro, dejando tras de sí unos destellos inconfundibles de saber estar ante la cámara.
Por otra parte como bien reseñará mejor mi compañero de intenciones y precrítico Hypnos, el director no es cosa de risa, un tipo grande, de los de antes, un cine sencillo, discreto pero bueno, de los que mientras ves la película si no fumas, deseas hacerlo para venerar el film con un puro y la comprensiva compañía de un amante de estos peliculones fugaces.