El director armenio Aik Karapetian, realiza su segundo trabajo como una atípica película de terror. Principalmente en dos sentidos. El primero es su escasa duración (71 minutos), lo que la aleja de la tiranía comercial habitual de tener que llegar a cerca de los 90 minutos. En segundo lugar, es una apuesta por una pura alegoría que solo funciona como una segunda lectura y que se muestra algo críptica en algunos aspectos del primer nivel, sin buscar una coherencia completa a la obra más allá, de como digo, su segundo nivel. En definitiva, terror psicológico en su más pura esencia.
Aunque quizá deberíamos hablar de terror sociológico, o político. El conflicto que nos presenta la película es el de la lucha de clases, los de abajo contra los de arriba. El protagonista se presenta como un obrero con el chaleco naranja del título. Cada elemento tiene su propia significación. Por ejemplo, la primera aparición de la mansión viene remarcada por un obvio golpe musical de terror, dejando claro que tiene su propia importancia, como un lugar representativo de la opulencia. El obrero aparece allí como un fantasma que acecha a una pareja de ricos, con una diferencia de edad notable, y en la que él, emblema de alta patronal, asegura que ha tenido que despedir a muchos trabajadores hoy mismo.
La película habla de tomar el cielo por asalto -llevado hasta las últimas consecuencias de terror- y de cómo un componente de la clase obrera roba el poder a la clase alta. Su chaleco naranja da paso a trajes caros. Karapetian nos plantea una situación en la que el obrero no es capaz de encajar en un mundo que no es el suyo, y pronto, su conciencia de clase le atormenta por haber olvidado su lucha y acomodarse. Es por tanto, una situación de terror psicológico donde importa más aquello que representa ese "fantasma" que su presencia real. El símbolo más obvio de no ser aceptado lo tenemos en el cuadro de corte aristócrata que se muestra en primer término repetidas veces. La clase alta, la burguesía o, la palabra de moda, la casta.
La película se puede entender a un nivel individual, y por tanto psicológico, o como alegoría social, llevándola hasta donde se quiera: la mansión bien puede verse como el puesto de gobierno de un país entero. El planteamiento es tan abierto y tan retratista, que su posicionamiento ideológico, si es que lo tiene, podría ser entendido de maneras casi opuestas.
Todo ello, rodado con un gusto exquisito, con movimientos geométricos que recuerdan a la escuela Kubrick, y que actualmente podríamos asemejar a Johnathan Galzer, especialmente a Reencarnación -tanto por sus escenas de footing como por la representación de los escenarios de clase alta.
En su corta duración, la película está cargada de detalles, algunos de ellos algo crípticos, que pueden servir para disfrutarla en segundos visionados. Pequeños momentos de perversión sexual y algunas situaciones de terror clásico, cercano al slasher, no debe hacernos olvidar que el verdadero terror lo encontramos en la angustia de nuestra conciencia y en la dificultad de acabar con esa estructura social defendida con ferocidad por los de arriba.