Empieza la película como empieza y uno se da cuenta de lo que buscaban con ella (más allá de intentar hacer dinero en taquilla, desesperadamente, repitiendo fórmulas, por si colaba): el morbo barato, el morbo fácil. La primera escena ha sido el compendio perfecto de las virtudes de la película: el sexo por el sexo, pero después de todo sin tener los cojones, para colmo, de ser más explícitos (como se descubre en minutos posteriores) y una alarmante ausencia del sentido del ridículo.
También podría hablar de más ausencias o carencias: ausencia de mayores intereses; ausencia de sentido y, sobre todo, una ausencia total de talento. Pero, al fin y al cabo, todo esto ya lo sabíamos.
Igual que viendo morralla como esta entendemos fácilmente lo acabada que está Sharon Stone. Una mujer inteligente como ella debería continuar por la senda nada desdeñable de los pequeños papeles secundarios, como ya hiciera en Broken flowers. Son esos papeles que a ella le dan todavía un cierto poso de prestigio y que, por qué no reconocerlo, de manera bidireccional, también aportan a la película el nombre y el recuerdo de la clase que siempre tuvo la dama.
Pero, siendo tan inteligente como siempre se nos ha cacareado que es, adivino lo exageradamente desesperada que debe estar la Stone por intentar recuperar su status de actriz protagonista de primera fila. Un grado tan extremo de desesperación que la lleva a intentar explotar de nuevo la fórmula Instinto básico, a intentar rejuvenecerse todo lo posible en la sala de maquillaje o a enseñar todo lo posible sus tetas operadas.
Una película sin pies ni cabeza como símbolo definitivo de la caída de una estrella.