El secreto de sus ojos atesora clase, prestanza, elegancia, un ritmo pausado pero sabedor de su fortaleza. Le sobra estilo. Está cargadita de matices, de detalles, de personajes de verdad, con cuajo. Es de verdad, uno se la cree y la vive con la emoción que Campanella sabe conferir a cada secuencia.
El secreto de sus ojos es quizá un puntito convencional en su devenir de "policiaco argentino". Sobre todo es convencional en una de los dos secuencias que, quizá, no me han convencido del todo: Hablo aquí de ese momento pre-giro final, el tan manido puzzle de veloces flashbacks que, igual que pasan por la mente del protagonista haciéndole llegar a ese descubrimiento definitivo, lo hacen también por la pantalla, ante nuestros ojos.
Quizá tampoco me convence del todo la escena del interrogatorio a Isidoro Gómez. Me gusta lo grotesco, lo agresivo, lo directo. Pero no me acaba de convencer cuán burdamente le descubren. El tipo hasta parece listo cuando está aún solamente ante Darín. Pero cuando entra ella, de repente, la mera visión de una mujer le convierte no sólo en un sádico evidente sino en un tipo realmente tonto.
Por lo demás, Campanella es suave y firme al mismo tiempo en su narración, con momentos hermosísimos (muchos), y con la cámara siempre móvil pero no nerviosa. Y, por supuesto, nos regala el plano secuencia del año, una secuencia imposible, todo un hallazgo que arranca a vista de pájaro sobre el campo del Racing y acaba en una frenética persecución por sus pasillos de acceso (y salida).
El secreto de sus ojos demuestra, quizá, que lo más importante en cine, o al menos en cierto tipo de cine, sigue siendo contar una buena historia, con unos buenos personajes. Cuidando al espectador. Jugando con él, con mimo. Y se agradece.