Recuerdo perfectamente cuando llegó a mis retinas Salto al vacío de Daniel Calparsoro. Dentro del cine español se veía ahí un talento especial para hacer cine de género degenerándolo con ciertas garantías. El tono de este director, a mí por lo menos, siempre me ha gustado, algunas de sus películas igual no tanto, pero por encima de todo tiene personalidad propia y el thriller Calparsoriano huele a olor imposible de imitar.
Me gusta su mirada, sus testiculares argumentos para mostrar sus situaciones de acción y desgarro. Personajes duros y blandos pero personajes, con duelo interno y un intento de batalla con la cámara que muestre sus sutilezas y arañazos. Tras esa etapa de Asfalto y Pasajes, llegó Guerreros y Ausentes, lo más flojo, pero en la televisión ha crecido y se ha hecho mayor, en el buen sentido.
Es posible que con esos trazos de sabiduría se haya anclado en una proforma de su propio producto que siendo cine de palomitas o casi aunque duro, nutra las butacas de producción propia sangrada por la obsesión de su lápiz. Porque si algo está claro es que a este director le gusta el cine y eso se nota en todo lo que intenta.
Acompañado de Alberto Ammann (Celda 211), Antonio de la Torre (Balada triste de trompeta), Inma Cuesta (La voz dormida) o Karra Elejalde (También la lluvia) todo eso que está escrito ahí arriba es más fácil.