El gran hotel Budapest es la destilación de la carrera de Wes Anderson, un compendio de lo mejor de cada una de sus películas. Por supuesto, tiene ese elemento de padre/mentor que se puede ver en casi todas sus películas. Siempre con esa figura cínica y ensimismada como padre, que en este caso está brillantemente interpretada por un Ralph Fiennes lleno de matices y ambigüedades, con una comicidad impecable. Viéndole, parece mentira que no hayan colaborado antes. Es el Zissou, el Herman Blume, el Sr. Fox, el Royal Tenenbaum; siempre con su aprendiz dispuesto a dar el máximo por ganarse su aprobación.
Estéticamente, supone un paso más en la depuración de su estilo. Sus paneos, sus elementos centrados, su encuadres atrevidos, y reencuadres aún más atrevidos. Curiosamente, diría que su película más parecida a esta desde un punto de vista estético es Fantástico Mr. Fox, una película de animación. Y es que el nivel de sofisticación es tal que está a un paso de ser animación. Como en algunos de sus anteriores trabajos, hay elementos en stop motion (desconozco si realmente están hechos artesanalmente o infográficamente, supongo que una mezcla de ambos). Son maquetas que se jactan de serlo, mostrando su evidente falta de peso, ángulos picados y demás cuestiones que sería tan fácil disimular. Y sin embargo, encajan en el conjunto mejor que nunca, como un eslabón perdido entre esa imagen estilizada al máximo y la animación pura y dura. Pero no solo es la imagen la que recuerda a Fantástico Mr. Fox, también lo es la divertida, colorida y heterogénea banda sonora del siempre impecable Alexandre Desplat. Aquí está crecidísimo, como si ya supiera con detalle lo que busca el director. Algunos toques me recuerdan, como digo, a la de aquella otra película, aunque creo que esta es incluso superior.
En todas las obras de Anderson abunda el humor, pero aquí vuelve a la acidez, e incluso crueldad, de sus primeros trabajos. Y no hablo solo de los detalles de humor negro. Vuelve a ser incisivo, señalando los defectos y el patetismo de unos personajes que al mismo tiempo defienden su dignidad. Este tratamiento tan ambivalente que da a sus personajes es la fuente de su mejor y más personal sentido del humor. Su estilo visual, en cuanto al humor, casi vuelve a ser de animación. No hay más que ver las caricaturas geniales del personaje de Willem Dafoe y el de Adrien Brody.
Casi me da vértigo hablar del reparto.
Solo con decir que intérpretes como Jude Law, Mathieu
Amalric o el mismísimo Bill Murray tienen unos personajes
absolutamente menores, queda claro ya el nivel. O Tilda Swinton en su papel de anciana. Una cantidad y calidad de secundarios que da
miedo. Querrías ver una historia completa de cada uno de ellos.
La dirección artística está cuidada
hasta extremos obsesivos, y también lo vemos en la diferente
ambientación del hotel, glorioso en los años 30 y penoso en los
años 80. El uso de los materiales, la tipografía de los carteles,
el orden descuidado de los elementos, el teatro mal desmantelado.
Impecable.
Gustave, el protagonista, como sus
equivalentes en anteriores películas del director, representa el
último ejemplo de un tipo de vida que ya quedó atrás, un
anacronismo cursi que se aferra a seguir manteniendo unas formas que
están quedando en desuso. La película nos habla del final de una
época, de la Europa aristocrática, compleja y estilizada -como su
cine, que también recuerda a un cineasta admirado por él, Max
Ophüls- que dará paso a otra mucho más funcional y falta de
belleza. Siempre esa nostalgia por el encanto de otros tiempos,
idealizados en una imagen casi mágica, como decía, de dibujos
animados. Como si se mezclaran dos cuestiones: los recuerdos de otro
tiempo y la imaginación de la infancia. El recuerdo del pasado, un
pasado en el que éramos niños, nuestro pasado, y por lo tanto, un
tiempo colorido, de geometrías sencillas, de montañas afiladas y
pasarlas imposibles. Todo el pasado es un mundo que podría imaginar un niño. Tanto es así que el país es imaginario, hasta los nazis son imaginarios.
No sé si Wes Anderson echa de menos otros tiempos, o simplemente su infancia. Quizá por eso sus personajes sean tan inmaduros.