La película comienza con un plano que es un desafío al espectador. El gesto de absoluta seguridad de quien ha transcendido en el campo de los efectos especiales. Dos ojos con una expresividad que ya quisieran muchos de los componentes de Los Mercenarios, con un nivel fotorrealístico en la piel, en los pigmentos, en los ojos. César, el rey simio, es una victoria del departamento digital, y de todo el mundo del cine en general, que va un paso más allá de lo que se consiguió con Gollum en su día. Mirad, mirad bien a nuestra creación a los ojos, intentad buscar el más mínimo defecto porque no lo vais a encontrar, poned en duda su calidad de "intérprete" si queréis; y ahora ya que no lo habéis conseguido, disfrutad de la película. Es como hacer un truco de magia a la vista de todos.
Y, efectivamente, los efectos especiales dan lugar, durante toda la película, a tener una sensación de que cualquier cosa es posible; a olvidar la integración y a considerar, con muy contadas excepciones, a los simios como personajes perfectamente válidos. Esto lleva también a conseguir algunas imágenes realmente evocadoras, como ver a un simio sobre un caballo atravesando un muro de fuego, con gesto de furia. O, en menor medida, casi todos los momentos de simios sobre caballos negros, que recuerdan la película original, con ese impacto conceptual que supone ver a un animal domando a otro.
Los simios de Tim Burton ya tenían mucha más esencia animal que los originales, pero estos aún van mucho más lejos, sin apenas rasgos antropomórficos, exceptuando la expresión inteligente. Esto marca el contraste y anima a la reflexión acerca del comportamiento social, de las características de la personalidad humana, de la convivencia inevitable con nuestros instintos animales, de la herencia genética. Está bien centrada esa etapa intermedia, que podemos suponer que acabará en ese mundo futuro que ya conocemos, más civilizado. Aquí, las costumbres y comportamientos siguen estando muy anclados a la naturaleza. Su voz, aún perezosa, también está muy conseguida.
Más allá de estas consideraciones, la película mantiene de forma aceptable el interés durante más de dos horas, con una historia, por otra parte, visiblemente convencional y demasiado funcional. Como en la anterior entrega, se aprecia claramente la necesidad de llegar del punto de inicio al punto final, marcados por su condición de precuela, y esta evidencia le resta frescura. Por otra parte, el conflicto es extremadamente simplista e ingénuo, y se pierde la oportunidad de buscar un reflejo de confrontaciones bélicas reales, de enfrentamientos entre pueblos. Por poner un ejemplo de actualidad, la situación no está tan lejos del conflicto palestino. Sin embargo, el conflicto se genera de un modo mucho más infantil, con ecos shakesperianos, o, si somos un poco más maliciosos, y atendiendo a su condición animal, diríamos que está muy cerca de El rey león. Una invasión light, para todos los públicos, y una resolución atropellada para encaminar la franquicia hacia la siguiente entrega. En definitiva, una apuesta argumental decepcionantemente prudente.
Buen espectáculo visual, y una excelente banda sonora del siempre eficiente Michael Giacchino, compositor muy acertado para este trabajo. En la secuencia inicial escuchamos ecos de 2001, Odisea en el espacio -película que tampoco andaba falta de simios- que recuerdan a la reciente Godzilla, y que prometen una dirección con ciertas pretensiones artísticas, que después se limita a aprovechar las enormes capacidades técnicas con suficiente corrección.
No es una película que tenga poso como para quedar en el recuerdo, pero más que suficiente para disfrutar una tarde de verano de un despliegue excelente de efectos especiales, sin que tengamos que pasar por alto las deficiencias habituales.