Sin lugar a dudas, esta película ostenta ya un gran logro en su haber: la nominación al Oscar del inefable Bill Murray. Actor tras el que batalló Sophia Coppola lo indecible, llegando a decir que si no actuaba el otrora Cazafantasmas, que la película no salía adelante. Murray, finalmente, accedió a leer el guión y aceptó sin pensárselo dos veces.
Y, aparte de Murray, ¿qué nos puede deparar esta película? Yo creo que el gran descubrimiento, confirmación diría yo, será la de Scarlett Johansson, una actriz que parece que a sus veinte años está empezando a adquirir la madurez suficiente como para elegir bien, y eso es importante.
Por otro lado tenemos a Sophia Coppola, que escribe y dirige, esta vez, creo yo, con el ánimo de escapar de la alargada sombra de su padre; sin embargo debo decir que los amantes de direcciones novedosas no encontrarán nada de su interés en los ojos de Sophia, que es más guionista que directora (con Oscar cantado para la edición de este año).
En último lugar, toda una serie de actores japoneses primerizos, de los que seguro que habrá uno que llamará la atención por su buena actuación. En definitiva, 105 minutos de Murray interpretando a un cincuentón cínico y socarrón, en un guión lleno de buenos diálogos, y una veinteañera capaz de convertir el infierno más lejano en el paraíso más dulce.
Película por la que se puede pagar, incluso, la tarifa de fin de semana. Pero, eso sí, atavíense con las necesarias cautelas propias de una incógnita envuelta en papel dorado y lazo gótico.