Kelly es, con una sola película a sus espaldas, algo parecido a un director de culto. Algo parecido. Y lo es porque su primera obra, esa torpeza llamada Donnie Darko, de diálogos infumables y escenas ridículas, halló un inexplicable séquito de admiradores trasnochados que elevaron a Kelly al grado de sumo sacerdote.
Aquella película, cuyo detalle más destacable era la imagen de un pirado disfrazado de conejo siniestro (lo peor, que luego hasta tenía explicación y de pirado, poco), convenció a Kelly de que haciendo marcianadas sin sentido podía ganarse tranquilamente la vida. Y por eso ha decidido ir, sin más demora, en este su segundo título, hasta el más extremoso de los extremos. Su nueva apuesta, que huele a absoluta incongruencia cargada de excentricidades y de pretenciosidad, ha sido perfectamente definida por nuestro compañero Sherlock: o es una mierda o es una maravilla. Mejor dicho: Unos dirán que es una mierda y otros dirán que es una maravilla.
Personalmente no espero ningún tipo de sentido, ni de interés, ni de pasión, ni de coherencia, en la patochada que Kelly nos ha preparado. Si ya Donnie Darko era intragable con su fotografía de serie televisiva de instituto americano, su guión deslabazado y sus actores de tres al cuarto, esto va a ser definitivamente grave: Los mismos errores llevados voluntariamente al límite por su creador, convencido de que el éxito se encuentra al final de ese camino.
Y no dudo que lo va a conseguir. Reunirá una panda de frikis que adorarán la venida del nuevo Kelly por encima de todas las cosas y la red se convertirá en pasto de sus oraciones. Yo me mantendré lejos; que sus pajas no me salpiquen.
Aún así, antes del cierre me siento obligado a añadir una nota, un consejo, si preferís: Aunque esté completamente convencido de que esta marcianada va a ser infumable, lo poco que se sabe de ella empuja a pensar que es algo tan rematadamente diferente a lo que uno ha podido ver hasta ahora que, aún así, aconsejo verla. Por justicia. Hay que verla. Luego, opinaremos.