Seguramente todos habréis visto, en la versión que sea, La cena de los idiotas. Se trata de buscar a un idiota, con alguna obsesión o manía extraña y exhibirlo para disfrute del resto. Reírse de él sin que se dé cuenta. Algo como lo que hacía Cárdenas para los programas de Alfonso Arús. Ulrich Seidl se mete en los sótanos de la gente más extraña y los ridiculiza, a veces con una simple composición de plano al rededor de una lavadora. Se pueden buscar justificaciones éticas para este documental, está claro que pretende ser un estudio del aspecto más "subterráneo" de Austria, un acercamiento a lo más bajo de la sociedad. Pero en el fondo, en lo que termina cayendo Siedl es en esa cena de los idiotas, en ese humor que nos hace sentir bien porque el prójimo es más idiota o más patético. Su mirada procede más de la superioridad que del antropólogo interesado en la reflexión. En definitiva, su documental es más que nada una comedia negra. Vale, compro.
Compro porque esta comedia negra es divertidísima. Porque el director, o quien haya sido el encargado del trabajo de investigación, ha encontrado personajes delirantes. Porque no solo se conforman con incluir a unos borrachos adoradores de Hitler; también son una orquesta. O un loco de las armas que además canta ópera. Siedl se ríe sin misericordia de sus personajes, sí, pero lo hace tan bien, que es imposible juzgarle. Los personajes parecen satisfechos bailando al son de este encantador de serpientes.
Seidl es, definitivamente un experto en patetismo. Un especialista en crear humor a partir de lo grotesco. Y por supuesto, no falta algún momento que, entre risa y risa, te deja un malestar al asomarte a alguna vida terrible. Quizá esto valga como justificación para que este terrible director nos divierta con sus freaks.