Mariana Rondón nos muestra el retrato de un niño de nueve años algo diferente y de su madre, ofuscada por el miedo. Él, vive obsesionado con la idea de conseguir alisar su pelo, principal señal sin saberlo de su posible homosexualidad. Ella ante esa y otras señales, se encuentra atrapada ante un creciente repudio hacia su hijo.
El retrato de los suburbios de Venezuela es el marco dónde se va mostrando esa relación madre hijo cada vez más envenenada por el temor y el rechazo de ella y la determinación de él sobre su yo. Un relato duro y austero, más bello cuando insinúa que cuando explica. Los momentos de acercamientos sin reparos hacia el hijo pequeño e la intolerancia física hacia el mayor se hacen obvios mediante escenas sin palabras. Resulta algo redundante su explicación a través de la conversación con el médico, que acaba pareciendo un instrumento para que a nadie se le escape el quid de la cuestión.
Se agradece que no caiga en crueldades innecesarias, que bastante peliagudo es de por si el tema y ver como una madre reniega de su hijo de nueve años ante el horror de ver cómo podrá sufrir en el futuro por su posible condición. Lo más destacable de esta cinta es como se consigue que un escalofrío recorra la espalda cuando se capta el desprecio en la cara de la madre hacia su hijo.
Una buena película, dura y que logra impactar por su sinceridad, pero que golpea más que conmueve.