Enemy es terror psicológico en su más pura expresión. Lo que aterra aquí no es un psicópata, fantasmas o un monstruo (no, esto último tampoco); sino algo mucho más cotidiano y más cercano al drama: la rutina y la desgana. Esa depresión que no proviene de una tragedia concreta sino de una crónica falta de interés por la vida. El protagonista vive por inercia, sin ilusiones, sin objetivos. Con un pasado roto que intuimos en un breve plano de una fotografía desgarrada; con una pareja puramente funcional. Dentro de todo ese tedio insoportable, decide obsesionarse con una idea que podemos resumir en una frase muy explícita: buscarse a sí mismo.
A todos los niveles, claro. Escapar de
su trabajo para abrazar una vieja fantasía, tener un hijo, vivir
mejor, asomarse a los rincones más oscuros y excitantes del sexo. Toda la película
es una búsqueda del verdadero yo y, al mismo tiempo,
una huida de sí mismo.
Denis Villeneuve decide
transmitirlo de una manera muy plástica, muy visual, rozando lo
experimental, y para ello no duda en ser excesivo en todos los
aspectos. Una banda sonora desquiciada, inquietante, sobrecargada,
que recuerda a películas como El resplandor. El director
juega constantemente con el contraste entre lo que sucede y la forma.
Así la música golpea con una insistencia inquietante en momentos en
los que parece no ocurrir nada -una sobreutilización que me recuerda
también al Shutter Island de Scorsese. De la misma manera, la planificación se convierte en parte clave de la historia. A
veces es más importante el ángulo que una línea de diálogo. Se
sirve de la arquitectura, de los edificios, para transmitir conceptos
como rutina, vulnerabilidad, o emociones obtusas retorcidas. Planos
aéreos inesperados, que con un breve movimiento parecen poner en
duda la solidez de inmensos bloques de cemento. La ciudad como una
prisión de tedio. También se permite jugar con el surrealismo, para
expresar los horrores interiores del protagonista.
Una atmósfera densísima, a veces por
sus claustrofóbicos primeros planos, en otras ocasiones por la
terquedad del tono amarillento de la fotografía. Inicialmente separa
un poco a los dos personajes idénticos, asociando esta fotografía
al primero, aunque después, en los momentos obsesivos del otro, la
usa de nuevo, provocando una sensación de ambigüedad, ya que, casi
parece cambiar el escenario -tan diferenciado para ambos. También
contrasta con los tempos. Puede emplear un metraje larguísimo en
algo que otros directores resolverían de un plumazo, y después
resumir en un solo plano una gran cantidad de información.
Villeneuve se mueve por terrenos de angustioso agobio, en la linea de
Polanski o el Eyes Wide Shut de Kubrick.
En cuanto al trabajo del guionista,
Javier Gullón, creo que ha realizado una adaptación
modélica. Ha preservado el mensaje cambiando completamente los
modos, adaptándolo a un lenguaje audiovisual, escapando de cualquier
recurso fácil más relacionado con el mundo literario, incluso donde
el espectador se lo hubiese permitido.
Una película osada, fácilmente
rechazable por su propuesta extrema, que trastoca los géneros y las
convenciones.