Rodrigo Cortés se apoya en un
recurso muy agradecido, aunque también ya algo usado: el
escepticismo. Una de las mejores maneras de acercarse a las historias
de sucesos paranormales, quizá ya el único modo de conseguir cierta
complicidad del público. Como en la excelente El último
exorcismo, aquí se parte de unos protagonistas absolutamente
escépticos, que no sólo son incrédulos, sino que pretenden
desmontar todo el engaño. En cierto modo, estos personajes liberan
al espectador de su escepticismo crítico haciendo ellos mismos ese
trabajo. Obviamente es un truco para que después el golpe sea mayor.
Y es que aquí todo es un truco. Es una
película sobre trucos repleta de ellos, como lo era El truco
final, con la que comparte también la importante presencia del
show, aunque aquí sea más funcional, y el concepto de reto. Su
fotografía es oscurísima hasta tal punto que en ocasiones es
difícil distinguir la imágenes, pero ya nos lo avisan: es
importante la oscuridad para ocultar el truco.
La baza del escepticismo, de la que
hablaba, no sólo consigue una mayor predisposición por parte del
espectador, también sirve para alcanzar un doble juego en el
suspense. En las sucesivas escenas en las que Cillian Murphy -
ese actor cada día más absorbente - escapa de fenómenos
aparentemente paranormales, tenemos dos suspenses superpuestos. Por
un lado, el artificio de la trama fantástica, que es la que aporta
los habituales efectismos del género, lo inesperado, lo desconocido.
Por otro lado, sospechamos que lo que ocurre realmente es
perfectamente real, que el malvado mentalista tiene desplegados a sus
secuaces para hacerle la vida imposible al protagonista, y que al
parecer, no tiene miedo en colarse en las casas (la cuchara doblada
en la taza) y posiblemente ha matado ya a dos personas. Se trata por
lo tanto de una amenaza real (dentro de nuestro falsamente fortalecido escepticismo), no son simples fantasmas dando
golpecitos inofensivos, sino de una persecución paranoica que puede
no tener límites. Este doble ataque del guionista, desde el
efectismo fantástico y desde la amenaza real, produce algunas
secuencias de verdadera tensión.
Cortés tiene muy clara la película en
su cabeza y sabe contarla muy bien. Apretando cuando debe, ocultando
y mostrando, y avanzando poco a poco, apoyándose en una trama
entretenida de pruebas científicas, retos intelectuales, y
personajes equilibrados. El giro final, es atrevido, como no puede
ser de otra manera, y la traca de flashbacks a lo El sexto
sentido, ya cansa un poco, pero la resolución es satisfactoria y
muy aceptable, al menos en el primer visionado. La verdad es que
esperaba una vuelta de tuerca más brutal, pero creo que Cortés no
ha querido pasarse de vueltas, y se ha mantenido dentro de lo
medianamente razonable.
Por otro lado, a esa fotografía casi
molesta a la vista, de lo oscura que es, añade también un ambiente onírico,
de pesadilla, con repeticiones, imágenes inesperadas, grotescas a veces, extrañas, hipnóticas,
"luces rojas" en definitiva. Una estética muy bien conseguida
que añade valor al film. El contrapunto emocional a un guión cerebral. Se convierte así en una pesadilla racional.