En el programa del festival se
anunciaba ya que esta película encontraba su sitio en algún punto
entre Los cronocrímenes y La invasión de los ladrones de
cuerpos. Así dicho, yo concluiría a priori que, o bien no era
un afirmación acertada, o bien la película iba a ser una locura
estrambótica propia de la semana de terror. Pero, para mi grata
sorpresa, debo decir que Anno Saul es capaz de conjugar ambos
conceptos de una manera muy suavizada. La película se transforma del viaje en el tiempo, a la invasión omnipresente, poco a poco, y
de un modo casi imperceptible.
Por supuesto, para que todo esto sea
posible, hay que entrar en un juego fantástico que nos pide un gran
acto de fe. No ya porque un túnel sea un camino entre dos mundos
paralelos, una puerta a un pasado que se pudo cambiar, si no más bien
por la licencia que se toma al traer en poco tiempo a todo el barrio
a través del túnel. Afortunadamente, no ahonda en las posibles
paradojas, en las que mejor no entrar, porque la coherencia se
sostiene en cuatro palillos que se vendrían abajo si se hicieran
ciertas preguntas o se aventurasen movimientos diferentes en la
película.
Está claro que hay que entenderla en
su vertiente básicamente psicológica, entre la pesadilla y el
remordimiento. Con un final tajante: los padres que han hecho su
viaje y han perdido el objetivo del mismo. Hay que entender esa
invasión de copias, como toda una sociedad repleta de remordimientos
o de momentos perdidos, anhelantes de segundas oportunidades del
destino.
Es irregular, y aunque parte de una
premisa trillada, sabe evolicionar con un original desarrollo, que
además juega inteligentemente con los géneros. Si a esto le unimos
que entretiene, no voy a pedir mucho más.